El evangelio recuerda hoy a Simeón y su oración ante Jesús Niño en el Templo: “ahora, Señor, según tu promesa, puedes dejar a tu siervo irse en paz, porque mis ojos han visto a tu Salvador, a quien has presentado ante todos los pueblos: luz para alumbrar a las naciones y gloria de tu pueblo Israel”. Esta oración se ha mantenido en la tradición de la Iglesia como el canto del “Nunc dimitis”, cada noche, en el rezo de Completas. Me gusta recitar esta oración cada día. Me gustaría mucho que esta oración fuera verdad en mi vida: ¿se puede pedir algo más que terminar la jornada reconociendo que mis ojos han visto a mi Salvador? Unas veces me es más fácil reconocerle y sentirle... otras más difícil... unas veces mi Salvador se hace sentir en un rato de oración, otras veces en una conversación, otras veces en el cansancio de la misión, otras veces en la angustia o el vacío, otras en una sencilla sensación de estar donde tengo que estar y con quien debo estar... En fin... Lo más hermoso, en todo caso, es seguir celebrando cada día el misterio de la Encarnación, por el que Dios en persona quiere y hace posible que nuestros ojos sigan viendo a nuestro Salvador... cada día.
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