Navidad de 1940. La obra de Jean-Paul Sartre, 'Barioná, el hijo del trueno' es una obra que a pesar de haber sido escrita por un comunista ateo consiguió llevar la fe a muchos corazones que hasta entonces se encontraban hundidos en la desesperanza.
Jean-Paul Sartre. Navidad de 1940
La obra de Jean-Paul Sartre, 'Barioná, el hijo del trueno' es una obra que a pesar de haber sido escrita por un comunista ateo consiguió llevar la fe a muchos corazones que hasta entonces se encontraban hundidos en la desesperanza. (Publicado el 11 de enero de 2006).
Raúl Sempere Durá
Nació en París en 1905. Profesor de Filosofía en Janson-de-Sailly. Autor de dramas teatrales y ensayos filosóficos como 'El ser y la nada', 'Las moscas', 'Los secuestrados de Altona', 'Las palabras', 'La náusea'...
Todos hemos visto alguna vez un retrato del filósofo Jean-Paul Sartre. Icono mediático de varias generaciones a pesar de su inmoderado mal genio. Bizco, bajito, encorvado, con gafas y fumando en pipa. Fue el padre del existencialismo francés, ateo militante, mujeriego, cartesiano, borracho, amado por muchos, detestado por otros tantos.
Vivió amargado. Su padre murió en la Conchinchina cuando él sólo tenía ocho meses. Sartre sentía odio por todo y por todos. Escribió que “el infierno son los otros” y que “el hombre es una pasión inútil”. Perteneció al Partido Comunista Francés desde el año 1952. Su figura fue idolatrada por muchos pensadores, pero también fue acusado de corromper a la juventud con su nihilismo materialista. Le trataron de “víbora lúbrica”, “hiena dactilográfica”, “chacal con bolígrafo”, “cáncer rojo”. Murió de un ataque cardíaco en 1980. El mismo día de su entierro, de camino el féretro desde el hospital Broussais hasta el cementerio de Montparnase, algunos comunistas le gritaban llamándole provocador. El diario L’Humanité escribía que el filósofo mojaba su pluma en sangre obrera.
Pero lo que más odiaba de todo era la religión y, por supuesto, todo lo que oliera a cristianismo o catolicismo. Para Sartre no existe la esperanza, y mucho menos la esperanza en Cristo. Si no tenía fe en los demás ¿cómo podía tener fe en Dios? Fue ateo hasta la médula, y su ateismo caló hondo en los jóvenes de todo el mundo.
En 1939 el Ejército francés le llamó a filas. En el año 1940 los soldados alemanes le hicieron prisionero y le trasladaron al campo de concentración Stalag 12D. Al cabo de unos meses fue liberado y volvió a su puesto de profesor. Sartre tuvo que pasar las navidades de ese año encarcelado junto a algunos sacerdotes y demás prisioneros. Fue durante su estancia en el campo cuando escribió Barioná, el hijo del trueno. Una obrita de teatro desconocida hasta hace poco, que fue publicada hace unos años por la editorial Voz de Papel con el aval de seis importantes universidades españolas, y que fue representada en el campo por los prisioneros compañeros de Sartre –que interpretó al rey Baltasar-.
Todos hemos visto alguna vez un retrato del filósofo Jean-Paul Sartre. Icono mediático de varias generaciones a pesar de su inmoderado mal genio. Bizco, bajito, encorvado, con gafas y fumando en pipa. Fue el padre del existencialismo francés, ateo militante, mujeriego, cartesiano, borracho, amado por muchos, detestado por otros tantos.
Vivió amargado. Su padre murió en
Pero lo que más odiaba de todo era la religión y, por supuesto, todo lo que oliera a cristianismo o catolicismo. Para Sartre no existe la esperanza, y mucho menos la esperanza en Cristo. Si no tenía fe en los demás ¿cómo podía tener fe en Dios? Fue ateo hasta la médula, y su ateismo caló hondo en los jóvenes de todo el mundo.
En 1939 el Ejército francés le llamó a filas. En el año 1940 los soldados alemanes le hicieron prisionero y le trasladaron al campo de concentración Stalag 12D. Al cabo de unos meses fue liberado y volvió a su puesto de profesor. Sartre tuvo que pasar las navidades de ese año encarcelado junto a algunos sacerdotes y demás prisioneros. Fue durante su estancia en el campo cuando escribió Barioná, el hijo del trueno. Una obrita de teatro desconocida hasta hace poco, que fue publicada hace unos años por la editorial Voz de Papel con el aval de seis importantes universidades españolas, y que fue representada en el campo por los prisioneros compañeros de Sartre –que interpretó al rey Baltasar-.
Barioná, el protagonista, está claramente identificado con el pesimista Sartre. Llegando incluso a proponer a su pueblo la autodestrucción mediante la infertilidad y el aborto para evitar así la angustiosa ocupación romana:
“Sara –dice a su mujer- hoy he perdido toda esperanza y toda fe. Es por este niño que tanto he deseado y que llevas dentro de ti por lo que no quiero que nazca. Es por él. Ve al hechicero, te dará unas hierbas y quedarás estéril. Soy señor del pueblo y dueño de la vida y de la muerte. He decidido que mi familia se extinguirá conmigo. Ve. No hay vuelta atrás”.
El embarazo de Sara coincide con las buenas noticias sobre el nacimiento de un tal Jesús que traerá la esperanza y cambiará el mundo. Pero Barioná-Sartre advierte a su pueblo: “mirad a vuestra desesperanza a la cara, porque la dignidad del hombre está en su desesperanza”. Aunque su conciencia le hace reflexionar en voz alta: “si un Dios se hubiese hecho hombre por mí, le amaría excluyendo a todos los demás, habría entre Él y yo algo así como un lazo de sangre, y no tendría vida suficiente para demostrarle mi agradecimiento”.
En fin, Sartre, el ateo con mayúsculas, el principal referente para el ateismo que impera en nuestros días, escribiendo sobre el maravilloso Misterio de la Navidad para levantar los ánimos (¿y la fe?) de sus compañeros presidiarios. Es sin duda un paréntesis en toda la producción literaria del filósofo. Pero ¿cómo es posible que estos párrafos los haya escrito Sartre?
“Este Dios es mi niño. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí... Y ninguna mujer, jamás, ha disfrutado así de su Dios, para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede estrechar entre los brazos y cubrir de besos. Un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que vive”.
“¿Hay algo más conmovedor para el corazón de un hombre que el comienzo de un mundo, que la incipiente juventud, que el comienzo de un amor...? En este establo se levanta una nueva mañana... En este establo ya ha amanecido... Millones de años después de la creación, en este establo, se levanta, con la tenue claridad de un pábilo, la primera mañana del mundo”.
Habla de la Navidad, del Nacimiento del Hijo de Dios. La lectura de una obra escrita por un comunista ateo fue capaz de llevar la fe a muchos corazones que hasta entonces se encontraban hundidos en la desesperanza. El prestigioso teólogo René Laurentin ha llegado a decir: “Sartre, ateo deliberado, me ha hecho ver mejor que nadie, si exceptúo los Evangelios, el misterio de la Navidad”.
Pero si este inédito libreto de Sartre resulta verdaderamente curioso, lo más llamativo de todo es que los medios de comunicación españoles no saben nada de esta edición. La progresía española, instalada en un sectarismo que vienen arrastrando desde principios del siglo pasado, no se ha enterado de la aparición de una obra de teatro en la que Sartre reivindica la esperanza y la fe cristiana para salvar al hombre de la amargura de su existencia.
Los suplementos literarios no mencionaron ni el título de la obra. Los programas televisivos dedicados a la cultura practicaron el mismo sectarismo. El pensamiento único de lo políticamente correcto campa a sus anchas. Está visto, es una verdad científica, en España el que se sale de lo que dictan las leyes de la progresía está condenado al silencio y a la marginación, incluso Sartre.
“Sara –dice a su mujer- hoy he perdido toda esperanza y toda fe. Es por este niño que tanto he deseado y que llevas dentro de ti por lo que no quiero que nazca. Es por él. Ve al hechicero, te dará unas hierbas y quedarás estéril. Soy señor del pueblo y dueño de la vida y de la muerte. He decidido que mi familia se extinguirá conmigo. Ve. No hay vuelta atrás”.
El embarazo de Sara coincide con las buenas noticias sobre el nacimiento de un tal Jesús que traerá la esperanza y cambiará el mundo. Pero Barioná-Sartre advierte a su pueblo: “mirad a vuestra desesperanza a la cara, porque la dignidad del hombre está en su desesperanza”. Aunque su conciencia le hace reflexionar en voz alta: “si un Dios se hubiese hecho hombre por mí, le amaría excluyendo a todos los demás, habría entre Él y yo algo así como un lazo de sangre, y no tendría vida suficiente para demostrarle mi agradecimiento”.
En fin, Sartre, el ateo con mayúsculas, el principal referente para el ateismo que impera en nuestros días, escribiendo sobre el maravilloso Misterio de
“Este Dios es mi niño. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mí. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mí. Es Dios y se parece a mí... Y ninguna mujer, jamás, ha disfrutado así de su Dios, para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede estrechar entre los brazos y cubrir de besos. Un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que vive”.
“¿Hay algo más conmovedor para el corazón de un hombre que el comienzo de un mundo, que la incipiente juventud, que el comienzo de un amor...? En este establo se levanta una nueva mañana... En este establo ya ha amanecido... Millones de años después de la creación, en este establo, se levanta, con la tenue claridad de un pábilo, la primera mañana del mundo”.
Habla de
Pero si este inédito libreto de Sartre resulta verdaderamente curioso, lo más llamativo de todo es que los medios de comunicación españoles no saben nada de esta edición. La progresía española, instalada en un sectarismo que vienen arrastrando desde principios del siglo pasado, no se ha enterado de la aparición de una obra de teatro en la que Sartre reivindica la esperanza y la fe cristiana para salvar al hombre de la amargura de su existencia.
Los suplementos literarios no mencionaron ni el título de la obra. Los programas televisivos dedicados a la cultura practicaron el mismo sectarismo. El pensamiento único de lo políticamente correcto campa a sus anchas. Está visto, es una verdad científica, en España el que se sale de lo que dictan las leyes de la progresía está condenado al silencio y a la marginación, incluso Sartre.
¡Menuda libertad de expresión!
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