Cuando Cristo, en la Eucaristía, se ofrece a los enfermos, no es sombra de alguien, sino el mismo Cristo que llega. No es una luz, es el pan vivo. Es Cristo.
¡Éste es el sacramento de nuestra fe! Así tiene que sentirlo el enfermo, pues aquí está la fuente de la verdadera salud. Ésta es la mejor garantía para la vida y la curación de esa enfermedad tan dolorosa que es la del vacío de no tener el consuelo de la fe.
El que come de este pan, vivirá
El alimento que Cristo ofrece en la Eucaristía es el pan de vida. Del que nadie puede prescindir, mucho menos aquellos que sienten el hambre de la salud.
No podemos dejar que ese Pan, tan imprescindible para la salud espiritual, deje de alimentar al enfermo y fortalezca su espíritu en los momentos de dificultad.
¡Toma el alimento de la vida, de la salud, de la salvación!
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