Evangelio según san Marcos 12,1-12
Ya conocemos esta parábola de la viña. El señor que organiza la viña, que la planta, la cuida, la cerca, cava un lagar, construye una casa y... luego se va de viaje, dejando todo lo que había hecho en manos de unos labradores. Lo primero que se me ha venido a la mente al leer esta parábola ha sido aquel refrán español que dice que “el ojo del amo engorda al caballo.” Vamos que si quería que la viña diese frutos lo mejor que podía y debía haber hecho hubiese sido no irse sino quedarse, estar allí, acompañar a los labradores, seguir su trabajo, vigilar que lo hiciesen bien. Si se fue de viaje, ¿podía esperar algo diferente a lo que pasó en su ausencia o lo que se encontró a su vuelta?
Quizá le tendríamos que decir muchas veces a Jesús que nosotros no somos mejores que aquellos labradores a los que arrendó su viña el señor, que a nosotros también nos hace falta su presencia continua, su vigilancia amorosa. Somos conscientes de nuestra debilidad, de que muchas veces se nos va la fuerza por la boca. Hacemos grandes declaraciones pero los hechos se nos quedan cortos. ¡Cuánto prometemos en la euforia y cuánto se nos va en el letargo!
Vamos a pedirle que nos acompañe para que hagamos bien nuestro trabajo. Nosotros sabemos que su presencia es clave, es fundamental. Sin él, el que tiene palabras de vida, no hacemos nada. Hasta podemos mostrarnos comprensivos y compasivos con aquellos labradores, y con los judíos que escuchaban a Jesús y que se sintieron aludidos. A todos nos hace falta esa presencia animadora, fortalecedora, inspiradora del Espíritu de Jesús que nos ayude a seguir trabajando por el reino y no por nuestros intereses egoístas.
Con esta perspectiva podemos releer el final de la primera lectura (2Pe 1,1-7) en la que Pedro nos anima a unir a nuestra fe, la honradez, el criterio, el dominio propio, la constancia, la piedad, el cariño fraterno... Todo eso es lo que construye verdaderamente el reino de Dios. Pero, como somos realistas, sabemos que sin la presencia cercana de Jesús, de su gracia y su fuerza, va a estar difícil que pongamos ni siquiera la primera hilada de ladrillos. Así que vamos a pedirle que no se vaya de viaje como aquel señor, que se quede con nosotros para que el reino se haga una realidad viva aquí y ahora.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
http://www.cursillosdecristiandad.es/
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