Evangelio según San Mateo 6, 24-34
Si, como decíamos ayer, la causa de la verdadera autoestima está en el valor que Dios ha depositado en nosotros, la consecuencia de ello ha de ser la actitud fundamental de confianza. Vivir asentado en la confianza significa vivir con la seguridad de que nuestra vida tiene fundamento, de que no somos productos fortuitos de un destino o evolución ciegos, sino que hemos sido queridos por nosotros mismos. Psicológicamente, la confianza se adquiere en la primera infancia, cuando nuestros padres, haciendo de providencia para con nosotros, se ocuparon en remediar todas nuestras necesidades de alimento, calor, limpieza y afecto… El niño vive en una dependencia total, no puede nada, pero se le proporciona todo. Y, de este modo, comprende con esa forma profunda de comprensión que son los sentimientos, que él es importante, que hay quien se ocupa de él. Los padres son para cada ser humano el primer indicio de la providencia paternal/maternal de Dios. Por desgracia, muchos niños han carecido y carecen por motivos distintos de esta experiencia básica. Y, entonces, no sólo tienen muchas dificultades para creer en el Dios Padre que se ocupa de nosotros, sino que además se instalan en una suerte de desconfianza fundamental que dificulta enormemente las relaciones con los demás. Jesús, al hacerse hermano nuestro, es capaz de curar esas heridas y remediar esas carencias; él nos comunica de manera concreta y encarnada la paternidad de Dios, nos devuelve la confianza fundamental que hace posible el amor y da contenido y consistencia vital a la fe. Es muy importante que nos abramos a esta fuerza curativa de Jesús, pero también que comprendamos que, para poder sanar, Jesús necesita de nuestras manos, de nuestros rostros, de nuestra capacidad de acogida y ayuda, para, por medio nuestro, hacer llegar a muchos el calor del que carecieron en su momento.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
http://www.cursillosdecristiandad.es/
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