Una reflexión para cada día del mes de marzo,mes de San José
La Iglesia dedica el mes de marzo a San José. A continuación, podrán leer una reflexión para cada día de dicho mes.Día 1º- Padre de Jesús. Escogido por el Eterno Padre, con amor previsor, para ser un padre para Jesús, tú, oh san José, has sido uno de los principales interlocutores en el plan de la salvación, según las promesas de Dios a su pueblo.
Ayúdame, san José, a leer hoy, el proyecto de Dios sobre mi vida, conforme a su plan de salvación.
Día 2º- Hombre de los proyectos divinos. Durante tu vida, tú, san José, no te has preocupado por hacer cosas grandes, sino por cumplir bien la voluntad de Dios, inclusive en las cosas más sencillas y humildes, con mucho empeño y amor.
Enséñame, san José, la prontitud en buscar y realizar la voluntad de Dios.
Día 3º- Esposo de la Madre de Dios. Después de la perturbación inicial, oh san José, tu ‘sí’ a la voluntad de Dios fue claro y preciso, aceptando a María como tu esposa. Fue por tu ‘sí’ que Jesús formó parte, a pleno derecho, de la estirpe de David ante la ley y ante la sociedad.
Te confiamos, oh san José, a todos los padres, para que, siguiendo tu ejemplo, acepten en los hijos el don inestimable de la vida humana.
Día 4º- Hombre del silencio. Junto a Jesús y a María, san José, fuiste hombre del silencio. Tu casa fue un templo. ¡Un templo donde lo primero fue el amor!
Enséñame, oh san José, a dominar mi locuacidad y a cultivar el espíritu de recogimiento.
Día 5º- Hombre de fe. Aún más que Abraham, a ti, san José, te tocó creer en lo que es humanamente impensable: la maternidad de una virgen, la encarnación del Hijo de Dios.
Fortalece, oh san José, a quien se desanima y abre los corazones para confiar en la Providencia de Dios.
Día 6º- Hombre de la esperanza. Oh San José, tú has vivido en una actitud de serena esperanza ante la persona de Jesús, de quien, durante tu vida, jamás pudiste vislumbrar algo que revelara su divinidad.
Aumenta, san José, mi capacidad de esperanza, alimentando el aceite para mis lámparas de espera.
Día 7º- Hombre del amor a Dios. Oh san José, tú diste pruebas de entrega plena y total a tus seres queridos, Jesús y María, y con ello dabas gloria a Dios.
Enséñame, oh san José, a amar a Dios con todo mi corazón, con toda mi mente y con todas mis fuerzas, y al prójimo como a mí mismo.
Día 8º- Hombre de la acogida. Oh san José, tu trabajo te llevaba a relacionarte a menudo con la gente, y en ello diste pruebas de atenta cortesía y de calurosa acogida.
Oh san José, ¡que yo sepa descubrir aquellos gestos que me hacen imagen viva de la disponibilidad con que Dios nos recibe tal como somos!
Día 9º- Hombre del discernimiento. No te fue tan fácil, oh san José, discernir entre las circunstancias de la vida lo que Dios quería de ti para tu misión y tu familia.
Ayúdame, oh san José, a intuir entre los acontecimientos del día el paso de Dios por mi vida.
Día 10º- Hombre de la docilidad. ¡Qué hermosa fue tu docilidad, oh querido santo, en actitud de constante atención a la Sagrada Escritura y a la voluntad de Dios!
Aleja de mí, oh san José, la presunción, el apego tonto a mis opiniones, la obstinación de seguir sólo mis ideas.
Día 11º- Hombre de la entrega. Tú, oh san José, no perdías tiempo en cosas vanas e inútiles y no obrabas con disgusto o mala gana.
Ayúdame, oh san José, a no ser flojo en mis responsabilidades, sino a dedicarme a mis quehaceres con la máxima entrega.
Día 12º- Hombre de la sencillez. Ser persona sencilla como tú, oh san José, no es sólo una dimensión del carácter, sino una virtud adquirida con el esfuerzo diario de hacerse disponible a los demás.
Ayúdame, oh san José, a no ser persona complicada, retorcida, e inaccesible, sino amable, sencilla y transparente.
Día 13º- Hombre de la confianza. Tu seguridad, oh san José, se cimentaba en la atención y adhesión constante a la voluntad de Dios, tal como iba manifestándose día tras día.
Haz, oh san José, que yo tenga la seguridad de quien confía en Dios, sabiendo que en cualquier situación, aunque adversa, estoy en sus manos.
Día 14º- Hombre de la paz. Tú, oh san José, como padre has educado a Jesús adolescente hacia aquellos valores que luego Él predicó, proclamando felices a “los que trabajan por la paz”.
Oh san José, ayúdame a promover la paz en mi propia familia y en el ambiente donde vivo y trabajo.
Día 15º- Ejemplo de humildad. ¡Cómo te sentías pequeño a tus ojos, oh san José! ¡Cómo amabas tu pequeñez! Siempre en la sombra, mantuviste tu vida bien escondida para responder al proyecto de Dios.
Ayúdame, oh san José, a huir de la vanagloria. Haz que encuentre gusto en la humildad y en relativizar mis intereses personales.
Día 16º- Ejemplo de fortaleza. Sin duda, oh san José, tu fortaleza, como jefe de familia, fue fundamental en los momentos cruciales que los Evangelios nos dejan entrever. Pero seguramente se consolidó luego en el trabajo de cada día.
Ayúdame, oh san José, a no desfallecer frente a las tentaciones, fatigas y sufrimientos.
Día 17º- Ejemplo de obediencia. Fue admirable tu obediencia en lo poco que los Evangelios nos revelan. Obedecer, casi a ciegas, a lo que las circunstancias iban indicándote como querer de Dios.
Aleja de mí, oh san José, todas las excusas que mi egoísmo y flojera me presionan para no cumplir la voluntad de Dios.
Día 18º- Ejemplo de justicia. El evangelio te definió hombre justo, querido san José. Lo cual para nosotros ahora significa ser persona que actúa para con Dios y los hombres con rectitud y honestidad.
Alcánzame, oh san José, la ayuda para mantener actitudes sanas en mis relaciones con Dios y los hombres.
Día 19º- Ejemplo de prudencia. Tu prudencia, querido santo, se manifestó en la correcta valoración de las circunstancias para tomar en tu vida aquellas decisiones que mejor favorecían a tu propia familia.
Haz, oh san José, que yo no tome decisiones importantes sin antes valorar bien a quienes realmente puedan afectar.
Día 20º- Ejemplo de pobreza. La vida pobre y escondida en Nazaret, a lado de tus seres queridos, te llevó, querido santo, a ser un trabajador responsable y activo, sin escatimar sacrificio alguno.
Obtenme, oh san José, la gracia del espíritu de pobreza, siendo responsable en mis quehaceres.
Día 21º- Ejemplo de gratitud. Nadie después de tu esposa, querido san José, recibió, de la bondad de Dios, tanto como tú. Y después de María, nadie cultivó tanto un corazón agradecido por los dones recibidos.
Haz, oh san José, que yo sea consciente de los dones que Dios me otorga cada día.
Día 22º- Ejemplo para los obreros. Como cada uno de nosotros, también tú, oh san José, sentiste la fatiga y el cansancio del trabajo de cada día.
Ayúdame, oh san José, a valorar la dignidad de mi trabajo, sea cual sea, y a cumplirlo con entusiasmo y responsabilidad.
Día 23º- Ejemplo de la misión. Aunque con una vida escondida, tú, oh querido santo, has cumplido una misión específica, única e irrepetible en la historia.
Haz, oh san José, que yo pueda con la palabra y con el testimonio de vida, colaborar en la misión de la Iglesia para la construcción del reino de Dios.
Día 24º- Custodio de la virginidad. Como esposo de la Madre de Dios cuidaste con amor casto su virginidad respondiendo así al proyecto de Dios.
Haz, oh san José, que yo viva con responsabilidad mi vocación específica, educando y fomentando mi capacidad de amar.
Día 25º- Consuelo de los que sufren. Oh san José, tu vida no estuvo exenta de la sombra del dolor, que has asumido con mucha serenidad y paz del corazón.
Ayúdame, oh san José, a darme cuenta de que una vida de amor no puede estar exenta de la sombra del sufrimiento para que encuentre el camino hacia la verdadera felicidad.
Día 26º- Esperanza de los afligidos. En tu vida, oh san José, no todo fue claro y fácil de comprender. Sin embargo, supiste ubicarte siempre con la seguridad que te daba la esperanza de estar en las manos de Dios.
Te ruego, oh san José, de consolar hoy a todos los que están afligidos por cualquier causa. Llena sus días de personas amigas y desinteresadas.
Día 27º- Patrono de los moribundos. Tú, oh san José, tuviste la suerte de morir asistido por Jesús y tu esposa María. ¡Nadie podría desear algo mejor en el momento más decisivo de su vida!
Asísteme, oh querido santo, en el momento de mi muerte.
Día 28º- Amparo de las familias. Oh san José, la Escritura afirma que a lado tuyo y de María, Jesús “crecía en edad, sabiduría y gracia”.
Te ruego, oh san José, por los niños y los jóvenes para que encuentren en su familia y en la comunidad el ambiente ideal para crecer sanos y felices.
Día 29º- Modelo de vida doméstica. Oh san José, en la Familia de Nazaret asumiste plenamente tu responsabilidad, con espíritu de colaboración y de humildad.
Haz, oh san José, que los padres sepan unir todas las potencialidades del amor humano con una buena vida cristiana.
Día 30º- Terror de los demonios. Oh san José, fortificado por la Palabra de la Escritura, has podido vencer las tentaciones siempre.
Libera, oh san José, mi corazón y mi mente de toda tentación, para que sea un buen cristiano y un honrado ciudadano.
Día 31º- Patrono de la Iglesia Universal. Oh san José, por la misión que te fue confiada, asistes a la Iglesia de Cristo, haciendo que camine siempre en la verdad y en el amor, para ser luz del mundo.
Guía, querido santo, a la Iglesia de Cristo en el camino de la santidad, para que sea siempre más eficaz y alegre anunciadora del Evangelio.
webcatolicodejavier.org


Aunque el creyente no tenga que desempeñar un puesto o un ministerio importante en la Iglesia, siempre tendrá tareas importantes que realizar en la Casa de Dios. Sólo por el mero hecho de haber sido llamado y elegido para ser hijo adoptivo de Dios desde la fe, se da en todo cristiano la dignidad radical de hijo y la base fundamental de los posteriores ministerios y misiones.
La conversión que Dios nos pide tiene un doble aspecto. La conversión a Dios es también conversión al prójimo. Dios quiso hacer al hombre libre y responsable de sus actos. Es verdad que el hombre está limitado por influencias ajenas, que pueden disminuir su culpabilidad moral; pero también es cierto que "el que peca, ése morirá; el hijo no cargará con la culpa del padre ni el padre con la culpa del hijo" (Ez 18,20). El hombre normal es responsable de sus actos y de sus palabras; puede rechazar a Dios y odiar u ofender a su hermano. Ante Dios tendremos que responder de nuestras acciones y omisiones: "Si uno está peleado con su hermano, será procesado" (Mt 5,22). Dios nos ayuda para convertirnos a Él y a los hermanos.





La oración de intercesión de la reina Ester ante Dios por el peligro inminente de la destrucción de su pueblo resulta vitalmente realista, aunque algo inexacta teológicamente. Cuando la reina Ester ora: "Señor mío, único rey nuestro, protégeme que estoy sola" (Est 14,3), se olvida de que Dios no nos deja nunca abandonados a nuestra propia suerte y de que interviene sin cesar en nuestra historia humana. Pero a Dios le agrada escuchar nuestra oración y nuestros gemidos: "Líbranos con tu mano, y a mí, que no tengo otro auxilio, protégeme" (Est 14,14).


Los habitantes de Nínive, la capital de Asiria, que había destruido al reino de Israel, eran unos paganos, que se arrepintieron de sus pecados ante el pregón de Jonás: "Dentro de cuarenta días Nínive será arrasada" (Jon 3,4). Los ninivitas creyeron en Dios y en su profecía por las palabras de Jonás (Jon 3,5), ayunaron y "Dios tuvo piedad de aquel pueblo" (Jon 3,10).
Cristo nos dio en el "Padre Nuestro" un compendio de todo lo que tenemos que vivir y reclamar a Dios, Padre de todos los hombres (Mt 6,9-13). Si Él nos, dice que acojamos la Palabra que sale de su boca (Is 55,11) para que no vuelva a Él vacía y su voluntad se realice y se cumpla su encargo, estamos pidiendo con otras palabras "que se haga su voluntad en la tierra como en el cielo" (Mt 6,10b) Y que nos dé ya hoy el pan del siglo venidero, su misma Palabra y manjar de vida eterna (Mt 6,11).
Cuando Dios nos pide que "seamos santos, porque Yo, vuestro Dios, soy santo" (Lv 1,2), Él no nos pide un imposible. Él mismo quiere darnos la gracia necesaria para quedar consagrados a Él plenamente y para vivir de su amor y santidad. Con el amor divino y con su gracia podemos vivir el difícil mandato del amor a Dios y al prójimo, como a nosotros mismos (Lv 1,18), sin vengarnos o guardar rencor a nuestros hermanos. Gran parte de los mandatos que Dios nos da se refieren a los derechos y al amor debido a los demás: " No robaréis. No mentiréis. No engañaréis a vuestro prójimo" (Lv 19,11). "No oprimirás ni explotarás a tu prójimo. No retendrás hasta el día siguiente el jornal de tu obrero" (Lv 19,13).
Dios sumergió a una antigua generación impenitente, rebelde y pecadora en un diluvio de aguas torrenciales. Hoy nos encontramos con otros diluvios de piedad y con el arco iris de su misericordia (Gn 9,14-15). Ante la lluvia continua de desórdenes y de pecados de los hombres de hoy, enfrentados con Dios, con la naturaleza y entre sí mismos, el Señor podía haber elegido el destruirlos con un nuevo diluvio que devastase la tierra (Gn 9,10). Pero Dios no eligió un nuevo diluvio de castigo y de destrucción, sino un diluvio de salvación y de piedad inagotable.
"Es todo poderoso quien desconfía enteramente de sí mismo para confiar únicamente en Mí", le dijo Jesús a Santa María Margarita Alacoque como recado para San Claudio de la Colombiere. Confían verdaderamente en el Señor los que están dispuestos a dejarlo todo para seguir a Cristo, como lo hizo Leví Mateo, el recaudador de impuestos (Lc 5,28). Confían en Jesús los que Le siguen con la seguridad de que puede curarlos y perdonarles sus pecados: "No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan" (LC 5,32).





