viernes, 6 de febrero de 2015

Mons. Reig: «La relación entre doctrina cristiana y pastoral»

 




El Obispo de Alcalá de Henares, Mons. Juan Antonio Reig Pla, ha presidido la presentación del libro “Eucaristía y divorcio: ¿Hacia un cambio de doctrina?” del P. José Granados García, Consultor de la Congregación para la Doctrina de la Fe y Vicepresidente del Pontificio Instituto Juan Pablo II para Estudios sobre el Matrimonio y la Familia en Roma. El texto ha sido publicado por la Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), editorial de la Conferencia Episcopal Española.
El acto ha tenido lugar el jueves 5 de febrero, a las 19,30 horas, en la Universidad Francisco de Vitoria. También han intervenido, además del autor, Dña. María Lacalle Noriega, Vicerrectora de Ordenación Académica y Calidad y Directora del Centro de Estudios de la Familia del Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales Francisco de Vitoria, y el P. Carlos Granados García, Director General de la BAC.
A continuación reproducimos íntegramente la intervención de Mons. Reig:

LA RELACIÓN ENTRE DOCTRINA CRISTIANA Y PASTORAL
Juan Antonio Reig Pla
Obispo de Alcalá de Henares
El libro que presentamos, Eucaristía y divorcio: ¿hacia un cambio doctrinal?, del profesor José Granados García, publicado por la BAC (2015), es una obra de madurez que viene precedida por muchos años de estudios sobre el matrimonio y la familia. El propósito del autor es profundizar en las cuestiones debatidas en el Sínodo Extraordinario de la Familia (2014) de tal manera que la próxima Asamblea Sinodal pueda ser  «providencial para recrear esperanza en el camino de las familias» (Introducción o.c., XII).
Tomando como motivo el debate suscitado en torno a la “posibilidad de que los divorciados y casados de nuevo accedan a los sacramentos de la penitencia y de la eucaristía” (Relatio Synodi, 52), el profesor Granados nos invita a analizar los presupuestos básicos sin los cuales resulta imposible afrontar con lucidez una Pastoral Familiar concorde con el Evangelio del matrimonio y de la familia. De la lectura de este trabajo, que tiene como hilo conductor la relación inseparable entre doctrina cristiana y pastoral, quisiera extraer algunas cuestiones que considero de gran interés.
1. El debido realismo
A lo largo de esta primera etapa sinodal se ha hecho continuamente referencia a la necesidad de analizar la realidad actual de la familia para afrontar los nuevos retos que se presentan a una Pastoral familiar adecuada. De hecho ésta es la primera pregunta que la Secretaría del Sínodo formula para la preparación del Instrumentum laboris de la próxima Asamblea Sinodal con una referencia explícita a «facilitar  el debido realismo en la reflexión de los episcopados particulares, evitando que sus respuestas puedan producirse según esquemas y perspectivas propios de una pastoral meramente aplicativa de la doctrina» (Lineamenta para la XIV Asamblea General Ordinaria, Introducción de la primera parte).
Siguiendo las pautas del libro que presentamos, y en consonancia con el magisterio de los últimos pontífices, es necesario aclarar qué entendemos por «debido realismo». Ya el Papa Benedicto XVI nos advertía que «la Palabra de Dios nos impulsa a cambiar nuestro concepto de realismo: realista es quien reconoce en el Verbo de Dios el fundamento de todo» (Verbum Domini, 10). No debemos, por tanto, confundir realismo con sociología o estadísticas o, peor aún, si cabe, con rendirse a la realidad sociológica canonizando lo que destruye a las personas. Imaginemos qué hubiera pasado si Pedro y Pablo hubieran optado por este tipo de “realismo” ante la sociedad de la Roma imperial que les tocó vivir. Realismo no es pragmatismo, ni utilitarismo, ni consecuencialismo. El fundamento de la realidad es Cristo, es decir, el Hijo de Dios que toma nuestra carne débil y herida y la redime; ser realista es dejarse guiar por Dios, para el cual nada hay imposible (Cf. Lucas, 1, 37).
Como su predecesor, el Papa Francisco es clarísimo al respecto: «El cristiano es una persona que piensa y actúa en la vida cotidiana según Dios, una persona que deja que su vida sea animada, alimentada por el Espíritu Santo, para que sea plena, propia de verdaderos hijos. Y eso significa realismo y fecundidad. Quien se deja guiar por el Espíritu Santo es realista, sabe cómo medir y evaluar la realidad, y también es fecundo: su vida engendra vida a su alrededor» (16-6-2013).
2. La relación entre doctrina cristiana y pastoral
A lo largo de toda la etapa que va desde la convocatoria a la celebración de la Asamblea Sinodal Extraordinaria sobre el matrimonio y la familia, hemos oído repetir continuamente la siguiente proposición: «No se trata de cambiar la doctrina [sobre la indisolubilidad del matrimonio] sino de “renovar” o “cambiar”  la práctica pastoral».
Frente a este dilema «doctrina o pastoral» la aportación del profesor Granados la considero muy lograda y aporta una gran luz para el momento presente. Su estudio, para aclarar lo que significa doctrina cristiana y su vinculación inseparable de la práctica pastoral de la Iglesia, nos lleva a recorrer lo que se quiere decir con los términos «verdad», «doctrina cristiana» y «dogma» desde el Antiguo Testamento, el Nuevo Testamento y la Tradición cristiana. La doctrina, concluye el autor, se identifica con el relato de la acción de Dios que en Jesús se ha hecho carne y camino para nuestra existencia. En palabras del profesor Granados, «la doctrina se pone al servicio de la verdad de nuestra vida: nos dice cómo ha vivido Cristo y cómo vivir cada instante a la luz de Cristo» (o.c., pág. 20). Esto hace imposible separar la doctrina de la práctica pastoral, o lo que es lo mismo, no se puede romper a Cristo de cuya vida participamos desde el Bautismo pasando a ser su cuerpo.
El autor explica la vinculación entre la indisolubilidad del matrimonio y la práctica eucarística analizando la tradición litúrgica de la Iglesia (lex orandi-lex credendi) y deteniéndose en un  estudio pormenorizado de los textos de San Ireneo de Lyón, San Agustín y Santo Tomás de Aquino. «Lo propio del cristianismo, concluye, es haber introducido un principio nuevo de coherencia: el don de la caridad, que nos confiere el Espíritu de Jesús. El que ama sabe que su conocimiento y su querer no pueden separarse, porque el amor es uno, y posee a la vez luz y fuerza. La unidad de doctrina y práctica no se encuentra fijándonos en el individuo, que intenta sin éxito unirlos, sino a partir del amor, que nos los entrega desde siempre entrelazados» (o.c. pág. 83).
El Papa Francisco también ha aclarado que la verdad (doctrina) que enseña la Iglesia no es una idea, sino es Cristo mismo, Buen Pastor, que toca y sana la voluntad y la vida de las personas (pastoral): «Para transmitir un contenido meramente doctrinal, una idea, quizás sería suficiente un libro, o la reproducción de un mensaje oral. Pero lo que se comunica en la Iglesia, lo que se transmite en su Tradición viva, es la luz nueva que nace del encuentro con el Dios vivo, una luz que toca la persona en su centro, en el corazón, implicando su mente, su voluntad y su afectividad, abriéndola a relaciones vivas en la comunión con Dios y con los otros». «En el bautismo el hombre recibe también una doctrina que profesar y una forma concreta de vivir, que implica a toda la persona y la pone en el camino del bien. Es transferido a un ámbito nuevo, colocado en un nuevo ambiente, con una forma nueva de actuar en común, en la Iglesia». (Papa Francisco, Lumen fidei, 40 y 41).
3. Indisolubilidad del matrimonio: ¿ideal o mandato de Cristo?
En el debate sinodal ha habido quienes han defendido la doctrina de la indisolubilidad del matrimonio como un ideal al que hay que tender pero que algunos no pueden alcanzar por diversas circunstancias a veces difíciles y dolorosas. Es más, algunos quisieran ver en el lenguaje del Papa Francisco cuando habla del «ideal evangélico» un refrendo de esta misma opinión.
¿Cómo hay que interpretar, pues, las palabras del Santo Padre recogidas en los Lineamenta para la próxima Asamblea Ordinaria del Sínodo, n. 19: «sin disminuir el valor del ideal evangélico, hay que acompañar con misericordia y paciencia las etapas posibles de crecimiento de las personas que se van construyendo día a día»? (Evangelii gaudium, n. 44).
Es el mismo Papa Francisco quien en su propio texto (Evangelii gaudium, nota 50), remite a la Exhortación Apostólica Familiaris consortio del Papa San Juan Pablo II que trata del itinerario moral de los esposos y en el que se dice textualmente: “sin embargo, [los esposos] no pueden mirar la ley como un mero ideal que se puede alcanzar en el futuro, sino que deben considerarla como un mandato de Cristo Señor a superar con valentía las dificultades. «Por ello la llamada “ley de gradualidad” o camino gradual no puede identificarse con la “gradualidad de la ley”, como si hubiera varios grados o formas de precepto en la ley divina para los diversos hombres y situaciones. Todos los esposos, según el plan de Dios, están llamados a la santidad en el matrimonio, y esta excelsa vocación se realiza en la medida en que la persona humana se encuentra en condiciones de responder al mandamiento divino con ánimo sereno, confiando en la gracia divina y en la propia voluntad»” (Familiaris consortio, 34).
Las palabras de Jesús «lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre» (Mt 19, 6), además de remitir al designio creador de Dios, («al principio no fue así»), suponen la novedad de la gracia  de la redención mediante la cual lo que no es posible para los hombres es posible para Dios. Precisamente porque la indisolubilidad es un «don de Dios», que se recibe en el sacramento del matrimonio (participación de la caridad esponsal de Cristo), se constituye en un mandato.
Así lo ratifica la doctrina enseñada por el Papa San Juan Pablo II en la Carta Encíclica Veritatis splendor: «Sólo en el misterio de la Redención de Cristo están las posibilidades «concretas» del hombre. “Sería un error gravísimo concluir... que la norma enseñada por la Iglesia es en sí misma un “ideal” que ha de ser luego adaptado, proporcionado, graduado a las - se dice - posibilidades concretas del hombre: según un “equilibrio de los varios bienes en cuestión”. Pero, ¿cuáles son las “posibilidades concretas del hombre”? ¿Y de qué hombre se habla? ¿Del hombre dominado por la concupiscencia, o del redimido por Cristo? Porque se trata de esto: de la realidad de la redención de Cristo. ¡Cristo nos ha redimido! Esto significa que él nos ha dado la posibilidad de realizar toda la verdad de nuestro ser; ha liberado nuestra libertad del dominio de la concupiscencia”» (Veritatis splendor, 103).
4. ¿Se puede cambiar la doctrina sobre la indisolubilidad del matrimonio?
Siguiendo el debate del Sínodo sobre la Familia se han oído voces que reclaman una revisión de la doctrina sobre la indisolubilidad del matrimonio y la posibilidad de ampliar el llamado «poder de las llaves» o la potestad del papa para disolver el vínculo conyugal.
Para hacernos cargo de esta cuestión conviene recordar que cuando hablamos del carácter absoluto de la indisolubilidad del matrimonio nos referimos al contraído del entre «bautizados, rato [válido] y consumado». En este sentido, el profesor Granados nos ofrece de la mano de John Henry Newman una preciosa explicación sobre el desarrollo de la doctrina cristiana tomando como imagen lo que ocurre en un organismo vivo que se identifica «como Cuerpo de Cristo, como extensión de la presencia de Jesús en el mundo a través de todas las edades» (o.c. 92).
Según el autor «este poder de la Iglesia se ha ido aclarando en el tiempo, cuando se resolvían casos difíciles; el Papa podía disolver un matrimonio entre no cristianos (privilegio paulino) y también un matrimonio sacramental no consumado (el mal llamado «privilegio petrino»). En ambas situaciones el principio de discernimiento es el mismo: esos matrimonios no entran de lleno en el orden de la redención de Cristo, sea porque se realizan entre no bautizados, sea porque no contienen la plenitud de la unión entre Cristo y su Iglesia en una carne» (o.c., 136).
Sin embargo «se aclara también que la Iglesia no pude disolver un matrimonio sacramental rato y consumado. Esto es así porque el matrimonio pertenece al ser mismo de la Iglesia, y la Iglesia no tiene autoridad para deshacerse a sí misma» (o.c., 137).
Ante quienes afirman el poder del Papa para disolver estas uniones, el Papa San Juan Pablo II cerró la cuestión de «un modo definitivo». «Así pues, se deduce claramente que el Magisterio de la Iglesia enseña la no extensión de la potestad del Romano Pontífice a los matrimonios sacramentales ratos y consumados como doctrina que se ha de considerar definitiva, aunque no haya sido declarada de forma solemne mediante un acto de definición. En efecto, esa doctrina ha sido propuesta explícitamente por los Romanos Pontífices en términos categóricos, de modo constante y en un arco de tiempo suficientemente largo. Ha sido hecha propia y enseñada por todos los obispos en comunión con la Sede de Pedro, con la convicción de que los fieles la han de mantener y aceptar. En este sentido la ha vuelto a proponer el Catecismo de la Iglesia católica. Por lo demás, se trata de una doctrina confirmada por la praxis multisecular de la Iglesia, mantenida con plena fidelidad y heroísmo, a veces incluso frente a graves presiones de los poderosos de este mundo» (San Juan Pablo II, Discurso del 22 de enero de 2000: AAS 92 (2000) 355).
5. Una Pastoral Familiar fecunda
En el trasfondo de la obra que presentamos existe una firme convicción del profesor Granados: la pastoral sigue a la doctrina porque se trata de llevar a cumplimiento las palabras de Señor: «He venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10, 10).
Con la Pastoral familiar, dimensión esencial de toda evangelización, la Iglesia acompaña a los esposos para que escuchando la voz del Buen Pastor puedan participar de su «caridad esponsal», de su amor por la Iglesia: fiel y exclusivo hasta la muerte. Así «En virtud de la sacramentalidad de su matrimonio, los esposos quedan vinculados uno a otro de la manera más profundamente indisoluble. Su recíproca pertenencia es representación real, mediante el signo sacramental, de la misma relación de Cristo con la Iglesia» (Familiaris consortio, 13). De ahí nace la vinculación necesaria entre indisolubilidad y misterio eucarístico, actualización del sacrificio de Cristo, en el cual une a sí a su Iglesia, la une a su cuerpo formando «una sola carne».
«Según esto, concluye el autor, la práctica de la indisolubilidad, que se traduce en mantener la conexión entre vida eucarística y vida matrimonial, es la verdadera pastoral fecunda. La alternativa de desarticular ambas dimensiones, eliminando el nexo entre Eucaristía y vida conyugal, conduce a falsas pistas pastorales, que se muestran estériles» (o.c., 142-143)».
La historia, maestra de la vida, nos enseña que éste es el verdadero camino de la misericordia, que incluye no ocultar el sentido del sufrimiento, es decir, no ocultar la cruz gloriosa del Señor resucitado que es escándalo para unos y locura para otros (Cf. 1 Co 1, 23), pero «la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres» (1 Co 1, 25). Los primeros cristianos se dejaron conducir por el Buen Samaritano, quien les regaló la «redención del corazón», curó sus heridas con el aceite del Espíritu Santo y los condujo a la posada: la Iglesia o el redil donde se encuentran los pastos que nos hacen alcanzar la plenitud de vida. Así ganaron poco a poco el corazón de esta vieja Europa que, ahora, seducida por otras voces o cantos de sirena se resiste a escuchar la voz del Buen Pastor.
Alcalá de Henares, a 5 de febrero de 2015
Beata Isabel Canori Mora

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