EL ESPÍRITU, AGENTE PRINCIPAL DE LA EVANGELIZACIÓN
Es evidente que toda gracia es siempre don de Dios, que es quien toma la iniciativa para ayudarnos a asemejarnos cada día más al Señor Jesús. Pero como sabemos bien, Dios quiere nuestra cooperación. En esa dinámica, el Espíritu Santo es quien suscita, sostiene y acompaña nuestra libre cooperación para cumplir el Plan que tiene para cada uno de nosotros. Lo señalaba el Papa Pablo VI cuando decía que «no habrá nunca evangelización posible sin la acción del Espíritu Santo… puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización». En Pentecostés vemos cómo la evangelización tiene como protagonista no a los apóstoles, sino al Espíritu Santo que actúa en aquellos que humilde y decididamente cooperan con Él prestándole sus mentes, sus corazones y sus labios.
El Espíritu del Señor es el que enciende los corazones en el fuego del divino amor y los lanza al anuncio audaz, decidido, valiente. Con la fuerza de lo Alto los apóstoles fueron capaces de ser testigos veraces de Aquél a quien habían visto, oído y tocado con sus manos para encender con ese mismo fuego de amor otros corazones. «Ciertamente —afirmaba el Papa Benedicto XVI— el Señor pide nuestra colaboración, pero antes de cualquier respuesta nuestra se necesita su iniciativa: su Espíritu es el verdadero protagonista de la Iglesia. Las raíces de nuestro ser y de nuestro obrar están en el silencio sabio y providente de Dios». Sabemos, por experiencia, que las técnicas de evangelización pueden ser muy buenas, «pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu. La preparación más refinada del evangelizador no consigue absolutamente nada sin Él».
EL PRIMER CAMPO PARA EVANGELIZAR
Nos queda claro, entonces, que debemos colaborar en la misión del Espíritu Santo, que es la de anunciar al Señor Jesús «hasta los confines del mundo». Esa colaboración exige de nosotros una actitud activa, ardorosa y responsable. No hay otra manera de comunicar la fuerza del Espíritu sino dejándonos inflamar por Él, comunicando gozosos la Buena Nueva de la Reconciliación. Contando con esa fuerza interior que debemos albergar en nuestro corazón, hay muchos modos de participar en la misión evangelizadora de la Iglesia, y cada uno debe cooperar desde sus circunstancias concretas, al máximo de sus capacidades y posibilidades.
Sin embargo, hay una primera misión en la que debemos colaborar con el Espíritu Santo, y es la de nuestro propio crecimiento en la vida de gracia. Se trata del esfuerzo por abrirnos al Espíritu de Amor, poniendo los medios necesarios para avanzar por el camino de nuestra propia santidad. Colaborar con la misión del Espíritu Santo para anunciar el Evangelio implica empezar por el primer campo de apostolado, que es siempre uno mismo. Se trata de ser «fortalecidos por la acción del Espíritu en el hombre interior». Lo señalaba también el recordado Papa Juan Pablo II, al invitar a «colaborar con el Espíritu Santo en esta transformación espiritual que permite que un hombre, que cada uno de nosotros (…) sea hijo de Dios a semejanza del Hijo Jesucristo».
COLABORADORES EN EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
El Espíritu Santo es el que anima y conduce a la Iglesia en la tarea evangelizadora a lo largo de los siglos, hasta que el Señor vuelva en su gloria. La misión del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia. El Catecismo de la Iglesia Católica nos recuerda algunos aspectos esenciales de esta misión: «El Espíritu Santo prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor Resucitado, les recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den ‘mucho fruto».
Como evangelizadores permanentemente evangelizados somos llamados a colaborar con el Espíritu para que se cumpla la misión de la Iglesia, sabiendo que la Nueva Evangelización se realiza mediante la generosa colaboración con el Espíritu Santo, que renueva la faz de la tierra. Estamos llamados a ser creativos en el apostolado, a buscar y poner por obra todos los medios que estén a nuestra disposición para que el Espíritu actúe, a llegar a todos los ámbitos que necesiten de la Palabra de Dios, a todos los corazones que viven hambrientos de la verdadera Vida.
Se trata, en fin, de procurar una apertura a la acción del Espíritu Santo, quien en los planes de Dios se sirve habitualmente de las mediaciones humanas para actuar en la historia. Precisamente por ello el Señor Jesús constituyó su Iglesia sobre el fundamento de los Apóstoles reunidos en torno a Pedro, y la enriqueció con el don de su Espíritu. Nuestro esfuerzo debe orientarse a permanecer siempre abiertos y dóciles a la acción del Espíritu Santo, la única manera de ser entre los hombres signos creíbles y eficaces de la acción de Dios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario