viernes, 15 de mayo de 2015

DECENARIO AL ESPÍRITU SANTO. DÍA SEGUNDO


DIA SEGUNDO  

Consideración  
Cuánto debemos al Espíritu Santo en el instante mismo en que Dios crió al hombre y cuánto por este beneficio debemos amar al Espíritu Santo. 
Complacida la Divina Esencia, Dios, por la fuerza que Le habían hecho sus atributos divinos, se recrió, digámoslo así, y como si formara consejo toda la Santísima Trinidad para tratar el modo de criar a los seres tan deseados por el atributo de su infinita bondad, las Tres Divinas Personas que la Divina Esencia tiene en Sí ofrecieron los atributos que cada uno tiene como propios para la creación del hombre.  Para la creación entera sin el hombre bastó el atributo de su poder; para la creación del hombre solo pusieron en ejecución todos sus atributos Divinos.  Puestas ya como en conferencia las Tres Divinas Personas, para dar principio a la creación, esta Divina Esencia, Dios, echó como una ojeada a toda la creación, y la vio tal es, antes de haberla criado. Allí vio ya la rebelión del ángel y la seducción de éste al hombre. Entonces, las Tres Divinas Personas, de este Dios tres veces Santo, pusieron, en favor del hombre seducido, todos sus atributos.  El Divino Verbo se ofreció entonces también a remediar el gran mal que esta seducción iba a causar en el hombre, haciéndole caer del estado dichoso en que le había de poner la infinita bondad del Espíritu Santo.  Entonces también la sabiduría de Dios, que reside en el Divino Verbo, trazó y delineó los medios que había para reparar y remediar tan grandes males; y lo que trazó y definió los caminos que había para la reparación, para el castigo y para el ensalzamiento; de reparación, al Criador ofendido; de castigo, para el ángel rebelde y seductor; de ensalzamiento, para el hombre, porque quería la misericordia del Divino Verbo levantar al hombre de su caída, con inmensas ventajas.  Esta sabiduría infinita e inmensa, que todo lo abarca, no vio ni halló otro medio de reparación que el de que hubiera un Hombre Dios que reparara y para ello no había otro camino que el de hacerse Dios Hombre, y  a esto se ofreció este Divino Verbo, el mismo que con su sabiduría inconmensurable trazaba y delineaba.  Este ofrecimiento del Divino Verbo, segunda Persona de la Santísima Trinidad Augusta, le aceptó la Divina Esencia, Dios, y con su aceptación quedó decretado el que Dios se hiciera hombre, para que hubiera un Hombre Dios que reparase  la falta que había de cometer la criatura contra su Criador.  Y en esta reparación hallase el hombre el perdón y el ángel rebelde y seductor el mayor castigo que Dios halló con su infinita sabiduría, para castigar su soberbia y en ella dejarle humillado, confundido, deshonrado, abatido y derrotado para siempre.  Porque Dios siempre pone remedio por donde viene el mal y castiga por donde se peca. Aunque Dios vio todo esto antes de hacer la creación, no vaciló, ni desistió un instante de hacer la creación del ángel y la creación del hombre, tan deseada por el Espíritu Santo; porque la santidad de Dios, cuanto ve justo y bueno, todo lo ama y quiere, sin que jamás en ello vacile su voluntad.  Santo era lo que deseaba el atributo de su bondad que reside en el Espíritu Santo; y el carácter propio de la infinita bondad, que es, como ya dejo dicho, comunicativo, no deja de hacer bien aunque con ingratitud Le paguen; sin que Le mueva a ello ni el interés ni el aprecio, porque no hay cosa alguna digna de Dios, fuera de Sí mismo; sólo el hacer bien es lo que Le movió.  Un rasgo de su bondad Le movió, y sólo esto, a criar ángeles y hombres y la creación entera que todos vemos y admiramos; y crió Cielo para los ángeles y Paraíso en la tierra para el hombre; y por otro rasgo de su infinita misericordia y caridad, se hace Dios Hombre para redimir al hombre y levantarle de su caída con inmensas ventajas, y esto sin interés alguno.  Dios a nosotros no nos necesita para nada; somos nosotros los que para todo Le necesitamos a Él.  Dios siempre haciendo bien, aunque con ingratitud le paguen, y siempre amando, aunque no sea correspondido.  Apenas vio este Santo y Divino Espíritu los caminos trazados por la sabiduría del Divino Verbo, se ofreció Él a hermosear y enriquecer al ángel y al hombre, sin detenerse por el mal proceder, pues sabía lo mal que habían de usar de cuanto Él pensaba darles, y que de lo mismo que Él  con tanta amabilidad les daba, ellos habían de usar para rebelarse contra Él, que era su dueño y Señor.  ¡Oh bondad suma!, que viste antes de habernos criado el modo con que Te habían de corresponder estas criaturas a quienes de la nada ibas a sacar con tu poder infinito, y llenarlos de vida eterna, para que contigo vivieran, y de Ti eternamente gozaran, y no Te detuvo en tu deseo de hacernos felices, ni la rebelión contra Ti del ángel ni la desobediencia del hombre, ni la ingratitud, mofas, insultos y desprecios que Te habían de hacer lo restante del género humano.  Tú viste que era bueno el intento y proposición que tu infinita bondad Te hacía, que era hacer bien, y ante la caridad y bondad de tus atributos Divinos, que tanta gloria dan a la Divina Esencia y que tanto en hacer el bien se glorían, nada Te detuvo; aunque viste la conducta tan desagradable que iban a seguir estos seres a quienes Tú tanto querías enriquecer, nada Te detuvo.  Al punto que el Poder del Padre los saca, y del barro los forma, Tú con tu soplo Divino llenas de vida, y de vida inmortal, el alma que les diste.  ¡Oh acción de Dios, qué admirable eres y cuán digna es tu bondad y caridad de ser imitada de todos los que a Dios sirven y de aquellos que se precian de hacer cuanto bien pueden!  ¡Oh almas consagradas al servicio del Señor! Mirad cómo nos enseña a hacer el bien este Divino Maestro, desinteresadamente, sin tener en cuenta para nada, el si es amigo o enemigo, el si es pariente o extraño, el si es agradecido o ingrato. Sea quien fuere, hacer el bien que podamos por amor de Aquel que todo lo crió para nosotros, aun antes de haber existido.  Y sabiendo que íbamos a caer, antes de la caída puso el remedio para todos nuestros males y nos levantó de nuestra caída con inmensas ventajas. ¡Oh, esto sí que es bondad, misericordia y caridad consumada! ¡Ven, oh Santo y Divino Espíritu! ¡Ven! Enséñanos a practicar la caridad según Dios, para con ella poder agradar y glorificar aquella Divina Esencia. ¡Mira, Santo y Divino Espíritu! Que es muy triste hacer grandes caridades y muchos sacrificios, y por no saberlos hacer, ni a Vos os glorificamos con ello, ni a nosotros nos es de provecho alguno.  Porque Tú, Dios nuestro, no tienes complacencia en nuestras obras y sacrificios, cuando en ellos echas de menos la pureza de intención. Tú quieres que siempre, y en todo, obremos como hijos de tan Santo Padre, y las obras y sacrificios hechos sin la pureza de intención, ¿cómo los vas a recibir y cómo en ellas Te vas a gloriar, si por Ti no lo hacemos?
Si para recibir nuestras obras y sacrificios, ha de ir todo encaminado al solo fin de agradarte, y hacer sólo por tu amor, y que sirva todo de provecho a las almas, que es donde Tú pones tus ojos, y donde está tu mayor honra y tu mayor gloria, porque las obras hechas por tu amor Te son todas agradables, pero las que se hacen en provecho y salvación de las almas, éstas y sólo éstas son las que Tú dices que son de tu mayor honra y de tu mayor gloria.  Este es el obrar que Tú nos pides, para que en el obrar seamos hijos de tan Santo Padre y discípulos de tal Maestro.  ¡Oh y qué causas hay tan poderosas para que por este fin obremos siempre! ¿De quién somos? ¿A quién y por quién vamos seguramente encaminados? ¿A quién más que a Él debemos? ¿Quién como Él más nos ama? ¿Quién más solícito de nuestro bien temporal y eterno? ¿Quién como Él por nosotros se ha sacrificado?  Pues sea de nosotros correspondido, y desde hoy más, hasta el respirar sea por su amor, y por darle gusto y contento en todo.  A salvar almas, a salvar almas, que esto es la mayor honra y gloria que podemos dar a Dios.  ¡Santo y Divino Espíritu! Tus enseñanzas y el ejemplo que vemos en Ti es el que queremos seguir desde este día; para que, empezando a glorificar a Dios en esta vida, continuemos por los siglos sin fin. Así sea.   

Obsequio al Espíritu Santo para este día segundo  
La paz del alma, disposición necesaria para que el Espíritu Santo habite siempre en nosotros.  
Es el Espíritu Santo muy amante del reposo y quietud; pero de ese reposo que siente el alma cuando no busca ni quiere otra cosa que a su Dios. Cuando el alma está habitualmente en este reposo y quietud y sin otro deseo de saber, si no es cuál sea la voluntad de Dios para al punto cumplirla, entonces el alma goza de una paz inalterable, y cuando esta paz tiene el alma, viene a ella el Espíritu Santo y hace allí como su morada, y dispone y gobierna y manda como aquel que está en su propia casa.  Él manda y ordena, y al punto es obedecido. Mas cuando nos inquietamos y turbamos y con la inquietud perdemos la paz del alma, este Santo y Divino Espíritu se contrista grandemente; no porque a Él le venga algún mal, sino porque nos viene a nosotros. El Espíritu Santo no habita en el alma donde la paz no esté como de asiento; perdida la paz, no puede el Espíritu Santo habitar en nosotros, porque a la santidad de Dios la es como un imposible habitar donde no hay paz.  El alma sin paz está como inhabitada para oír la voz de Dios y seguir su llamamiento divino.  Por esto el Espíritu Santo no habita donde no hay paz, porque este Divino Espíritu, que siempre está es aptitud de obrar, al ver al alma sin aptitud para ello, se retira, y contristado, calla.  El Espíritu Santo quiere habitar en nuestra alma, con el único fin de dirigirnos, enseñarnos, corregirnos y ayudarnos, para que nosotros, con su dirección, enseñanza, corrección y ayuda, logremos hacer todas nuestras obras a la mayor honra y gloria de Dios.  Y sin este Divino Espíritu, ¿cómo vamos nosotros solos a saber dar gusto y contento a Dios, si el que comunica este gusto y contento de Dios es el Espíritu Santo, por ser Él la acción de Dios en el alma?  Y por esto bien Le podemos llamar al Espíritu Santo, con toda verdad, el Dios familiar a nosotros; pues si la paz no puede habitar en nosotros, resolvámonos este día a que todo se pierda antes que perder la paz de nuestra alma, sumamente necesaria para lograr la habitual asistencia del Espíritu Santo, y con ella es seguro que poseeremos a Dios por amor en esta vida y en posesión verdadera por toda la eternidad. Amén.   
Oración final para todos los días  
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.
¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla!  ¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían!  ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia!  ¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la  tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.  Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.  ¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!  Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!  ¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!  ¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería.  Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!  ¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres!  Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.  ¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor! 
¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce! ¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!  Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”  ¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman!  ¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido!  ¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin. Así sea.  

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