sábado, 23 de mayo de 2015

DECENARIO AL ESPÍRITU SANTO. DÍA DÉCIMO


DIA DÉCIMO  
Consideración   
En entrando el alma en esta escuela divina, donde el Maestro que enseña es el Espíritu Santo, si el alma pone en práctica todo cuanto aquí la enseña, no es andar ni es correr ni volar; es ir camino de la santidad con la ligereza y prontitud con que va a todas partes nuestro pensamiento. 
En esta escuela, abierta por el Espíritu Santo en el centro de nuestra alma, se aprende una ciencia sobre toda ciencia humana.  Los libros de esta escuela son dos: el primero que damos nosotros tiene dos partes.  Se llama este libro la humanidad de nuestro adorable Redentor. La primera parte toda ella contiene los hechos externos de Jesucristo, divino Redentor nuestro.  Esta primera parte de este libro se estudia hasta que con el continuado estudio queda en nuestra memoria como un dibujo, y esto es para que siempre y en todas partes andemos en su presencia, y con esto que logremos nos dice nuestros Maestro que nos basta.    La segunda parte de él contiene la práctica de su contenido. En la práctica cada uno lo ha de hacer según sus fuerzas y según su capacidad; porque en esta escuela, aunque todos hemos de practicar las mismas cosas, como nuestro Maestro es tan prudente y discreto, tan compasivo y misericordioso, que nunca nos exige más de lo que cada uno puede, quiere que  pongamos los ojos en el libro que El nos da y cada uno haga allí lo que en el libro vea.  Porque esta humanidad santísima de nuestro Redentor, aunque para todos es el libro abierto que ha de comprender y practicar, pero este Maestro inolvidable nos enseña y dice que también es el gran arquitecto, que dibuja y traza y levanta los edificios muy distintamente los unos de los otros.  En todos pone los mismos cimientos y emplea los mismos materiales; pero en su modo de levantarlos hay inmensa variedad. 
Porque mientras a unos los levanta poniendo en ellos un solo piso, a otros con dos, a otros con más, y a algunos los levanta a grande altura, y a otros les pinta y hermosea por dentro, dejándolos muy lisos por fuera; a otros los hermosea por fuera como por dentro; a otros los levanta en sitios donde no son conocidos ni vistos de nadie; a otros los pone para que de todos sean vistos y conocidos.  En fin, todo lo hace como su grande sabiduría lo traza, lo quiere y dispone. Lo que quiere es que cuando veamos a uno de los discípulos de esta escuela que le levanta Dios a grande altura y a nosotros nos deja, que le ayudemos a dar gracias a Dios, porque se digna fijar en él su mirada y no cesemos de dar gracias por ello, pero jamás a la criatura la ensalcemos ni alabemos, porque nosotros no podemos saber si merece alabanza por lo que tiene o merece desprecio por lo que hace. Porque al ver la disposición en que se hallan el corazón y el alma, que es lo que Dios mira y por lo único que se disgusta o complace, esto no lo podemos nosotros ver, porque en el corazón y en el alma, ¿quién puede entrar si no es Dios? Nadie más que Dios.  Cada uno en sí mismo vea lo que a Dios Le agrada y lo que Le disgusta.  
Pongamos nuestros ojos en ver el interior de Jesucristo, para ver la disposición de aquella alma bendita y de aquel corazón amante, cómo obraban y el fin que llevaban en todas sus acciones, para nosotros hacerlo por los mismos fines que Dios hecho hombre obraba.  Y esto muy bien se ve y se aprende en esta segunda parte del libro, que es en lo que nosotros hemos de insistir únicamente.  El segundo libro que hay en esta escuela está sólo a la disposición de nuestro Maestro. No nos lo explica, porque este libro, todo lo que él contiene, está sobre todo el entender de toda inteligencia humana.  Y para que tengamos una idea clara y verdadera de lo incomprensible que este libro es, ¿qué hace?  

Como es tan sabio, tan poderoso y sutil para enseñar, cuando estamos ya al final de la práctica de la segunda parte del libro  primero, queriendo como premiar nuestro esmero en poner en práctica cuanto hemos visto en él, ¿qué hace entonces? 
Nos habla y nos dice que aquel libro tan sobre nuestro entender tiene por título “Divina Esencia, Dios”, y al punto se siente el alma con todas sus potencias que no es ella, sino con una fuerza superior que no sabe ella qué es, pero que la arrebata su alma y sus potencias.    Y la arrebata sobre todo lo criado, no sólo de la tierra, sino de lo que llaman firmamento y nosotros llamamos Cielo, casa o palacio, o cielo, como lo quieran llamar, donde Dios puso a los ángeles cuando los crió.    Pues sobre estos cielos, allá... en inmensas y dilatadas alturas, fue arrebatada mi alma por una fuerza misteriosa y con tanta sutileza, que así como nuestro pensamiento, en menos tiempo de abrir y cerrar los ojos, recorre de un confín a otro confín, allí con esa mayor ligereza yo me veía allá, en aquellas inmensas y dilatadas alturas, y allí donde tienen Dios su palacio imperial, me hallé; en aquellos cielos que siempre existieron, por ser ellos como el trono de Dios... Lo que allí hay, ¿quién lo podrá explicar, si arrebatada el alma, a vista de aquellas bellezas, nada sabe decir? Todos cuantos allí están gozando de Dios se ven, se miran, se dan el parabién los unos a los otros.    Allí no hay palabra alguna que se oiga pronunciar.  ¡Oh lenguaje divino!, que mirándose en Dios, todos se entienden, y arrebatados todos, todos glorifican a Dios, y corriendo aquellos cielos tan dilatados con aquella agilidad con que se les ve siempre y siempre están todos como en el centro de Dios metidos, vayan donde vayan, recorran lo que quieran.    Siempre se hallan en el centro de Dios y siempre arrebatados con su divina hermosura y belleza. Porque Dios es océano inmenso de maravillas y también como esencia que se derrama, y siempre está derramando.  
 Y como lo que se derrama son las grandezas y hermosuras, dichas, felicidades y cuanto en Dios se encierra, siempre el alma está como
nadando en aquellas dichas, felicidades y glorias que Dios brota de Sí.    Es Dios cielo dilatado y por eso siempre se están viendo y gozando nuevos cielos, con inconcebibles bellezas y hermosuras, y todas estas bellezas y hermosuras siempre las ve y las goza el alma como en el centro de Dios. Y recorriendo aquellos anchurosos cielos nuevos siempre el alma se halla eternamente feliz.    ¿Oh, quién podrá decir qué es aquello?  Si los querubines vinieran todos a la tierra, y con aquella inteligencia tan privilegiada que Dios les ha dado, y con el ardiente deseo que todos ellos tienen, de que Dios sea conocido en sus obras, empezaran a hablar, nada nos sabrían decir ni darnos siquiera idea de lo que aquello es.    De nuestro Dios, ¿quién habrá que nos pueda hablar y decir algo? No tiene cuerpo, ni forma, ni figura alguna. ¿Quién, por lo tanto, nos podrá decir cómo es Dios? ¿Qué cuerpo, forma o figura tiene la perfección de todas las perfecciones, la perfección de todas las hermosuras, si ni de las cosas que vemos y palpamos casi no podemos dar cuenta?  Si no, decidme: ¿Qué forma tiene la claridad? Y ¿qué la aurora de la mañana? Y ¿qué la vida nuestra? ¿Y la de todas las flores, plantas y de todo cuanto tiene ¡Oh vida que siempre viviste! ¡Única vida que vive! ¡Oh Dios mío y todo mío!  ¿Quién habrá que nos pueda hablar de Ti y decirnos lo que eres?    Si el que Te ve queda arrebatado y olvidado de sí, no sabe si vive en sí, porque el solo recordarte transporta y saca de sí, ¿quién podrá decirnos algo de Ti?     ¡Oh!, ¿a qué compararse el conocimiento de Dios que se adquiere en esta escuela divina y el que tenemos antes de entrar en ella? No hallo otra comparación si no es la del ciego de nacimiento, que sabiendo lo que es la naturaleza por lo que han dicho, de repente le quitaron su ceguera y viera la naturaleza tal cual ella es. ¡Qué bien sabría decirnos la diferencia que hay entre lo que le habían dicho y lo que ella es!    Pues, ¡Maestro mío!, tráenos a todos a tu escuela, para que, como el ciego, veamos lo que Tú eres, porque nadie nos lo puede decir.    ¿Cómo va con palabras a podernos decir la criatura  que de su principio es la nada? ¿Cómo va a poder saber decirnos qué cosa es,  lo que es, siendo incomprensible por su grandeza y majestad inmensa?  No hay inteligencia humana ni angélica, por dilatada que sea, que nos lo pueda decir, porque toda dilación que no sea lo dilatado de Dios, todo tiene su término, y llegando a su término, de allí no pasa. ¿Quién nos va a hablar de Dios y decirnos lo que es?    Nadie, nadie, ni del cielo ni de la tierra. Es foco de eterna luz, que encierra inmensos fulgores; manantial de perfecciones que encierra toda virtud. Cada una de sus infinitas perfecciones tiene su modo de  ser, y por naturaleza es infinita en hermosura y belleza, tan arrebatadora, que el que la ve se arrebata y queda como enajenado y absorbido en la misma belleza y hermosura, y se siente el transmitir de aquella hermosura y belleza, y al sentirlo, nuevamente se siente enajenado, absorto y arrebatado por una dicha y felicidad, que siente el alma en sí misma. Y esta dicha y felicidad las ha sentido a la vista de una de las perfecciones de Dios. Pues, ¿qué sentirá a la vista de todas las perfecciones y virtudes y atributos de Dios?  Y ¿qué será verse cada uno amado de Dios ante todos los ángeles y ante todos los hombres, con un amor como es el amor de Dios, que deja el alma embriagada en una felicidad, que no tiene semejanza, que llena de hartura, sin que el alma tenga cosa alguna que desear? Que al alma y cuerpo aquel amor de Dios da hartura en toda clase de felicidades, dichas y glorias, sin que este amor de Dios disminuya ni deje de amarnos por los siglos sin fin.    ¿Qué sentirá entonces el alma, cuando se vea tan amada para siempre, de aquel que es la única cosa que es?   
Y ¿quién nos podrá explicar o decir lo que el alma siente a la sola vista de Dios, cuando de sólo verle se queda el alma toda como anegada en aquellos piélagos inmensos, mares sin fondo, cielos que no tienen fin en lo inmenso y dilatado? Porque todo esto encierra en sí aquella Esencia Divina.    Pues ¿quién habrá que nos pueda decir lo que es Dios, si lo que se siente al sólo verle, nadie lo puede decir, porque se queda el alma sin vivir en sí y vive sólo en Dios y endiosada? Y así, ¿qué nos podrá decir, si endiosada su vivir es absorta y enajenada y arrebatada por la hartura de todas las felicidades? Pues ¿cómo va a poder decir lo que es Dios? ¿Quién hay que arrebatado pueda articular palabra, y aunque pudiera, cómo va a saber decir lo que está sobre todo entender?  Y si esto produce la vista de Dios, ¿qué será lo que sentirá el alma, cuando se dé Dios al alma en posesión, para que Él goce y goce para siempre? Y si estos efectos causa en quien Le ve, ¿qué gozará poseyéndole? ¿Qué será Dios en Sí mismo?    ¡Oh grandeza suma! ¡Vida que siempre viviste y con  tu propia vida! Porque Tú eres el que has dado a todos la vida.  ¡Oh, quién me diera poder tener ahora en esta presente vida un infinito gozo para gozarme con él de que seas quien eres!  ¡Oh, y que los hombres nieguen tu existencia, siendo Tú la única cosa que es y vive con propia vida! ¡Oh mi todo en todas las cosas! Habla, y déjate sentir de un confín a otro confín de la tierra, y di a todas las criaturas que para nada nos necesitas; que si nos deseas, no es con otro fin que el de remediar nuestras necesidades, y sacarnos de nuestra poquedad y miseria, y darnos la dicha y felicidad que buscamos y no hallamos, ni lal (las) podemos hallar; porque no existe sino en Ti, que eres fuente y manantial de toda dicha y ventura. ¿Y cómo la van a buscar en Ti, si en Ti no creen; si niegan tu existencia? ¡Oh Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra y hiere a todos como Tú sabes herir, para que así, heridos por Ti, no resistan más tiempo a tus llamamientos divinos y dejen esas niñerías en que están entretenidos, engaño satánico con que Satanás gana los corazones de los hombres, y seducidos y engañados, pasen la vida con niñerías distraídos, y así los coja la muerte y pierdan el fin para el cual fueron criados.  ¡Santo y Divino Espíritu! No nos dejes en nuestros vanos entretenimientos.  Fuérzanos a ir a Ti con el poder que tienes como Dios que eres.  Haz que en todos se cumplan tus amorosos designios, y seas de todos alabado, ensalzado, glorificado, y nosotros gocemos de tus bondades divinas y todos en tu divina presencia endiosados por Ti vivamos por los siglos sin fin como Vos lo deseabais, aun antes de nosotros existir. Así sea.   

Obsequio al Espíritu Santo para este día décimo  

Las tres virtudes teologales  
Hemos de prometer este día al Espíritu Santo el guardar, conservar y trabajar cuanto nos sea posible, porque nadie nos puede arrebatar estas virtudes Divinas.  Entre las criaturas ninguna sabe, como lo sabe Satanás, lo que valen estas virtudes.  Siempre anda como cazador, sin descanso en su busca, a ver si las puede cazar.  Cuando él se gloría mucho con la caza que coge, es cuando lo hace por las soledades, porque anda en acecho por la soledad.  Si hace presa, seguras tiene las tres. Pone como blanco la fe, y como ésta hiera, seguras tiene las otras dos; porque las heridas en la fe son de muerte.  Si hiere con su flecha infernal a la esperanza o a la caridad, no se gloría tanto con su caza; porque estas heridas sanan pronto.  Pero si hiere en la fe, como esta herida es mortal, ¡cuánto se regocija en ello!  Estas virtudes forman las tres como un solo árbol. La raíz y el tronco, es la fe; las ramas, son la esperanza; los frutos, la caridad.  Si cortan las ramas, con su corte queda el árbol sin ellas y sin fruto; pero el árbol no desaparece, porque como existe la raíz y el tronco, pronto echa otra vez las ramas y éstas vuelven a dar frutos. 
Pero si lo que quitan del árbol es el tronco o la raíz, pierde las ramas y los frutos de ellas, el árbol desaparece; porque quitados el tronco y la raíz, las ramas y los frutos mueren. ¡Almas consagradas a Dios en las soledades del claustro, que tanto aprecio y estima hacéis de lo que llamáis visiones y revelaciones! Haced más aprecio y estima de un acto de fe, que de todas las visiones  y revelaciones; creed ciegamente las que Dios tiene reveladas a su Iglesia, y las que la Iglesia aprueba, y ninguna más.  Y con esto habremos dado un grandísimo consuelo al Espíritu Santo. Así sea.   
Oración final para todos los días    Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y gozar  de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.  ¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla!  ¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían!  ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia!  ¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la  tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.  Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.  ¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!  Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!  ¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba! 
¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería. Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!  ¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres!  Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.  ¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor!  ¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!  ¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!  Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”  ¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman! ¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido! ¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin. Así sea. 
Dedicatoria a las almas consagradas al servicio del Señor  
Recibid este pequeño Decenario, como una manifestación del aprecio y estima en que os tengo. Y os aprecio y estimo tanto, porque sois la porción escogida de Jesucristo, divino Redentor nuestro. Animaos a entrar en esta escuela divina, donde nos enseñan a vivir como hijos de tan Santo Padre, como esposas de tan dulce Dueño y cómo debemos obrar los discípulos de  tan Santo e inolvidable Maestro.  ¡Oh lo que esta Trinidad augusta nos tiene ya preparado para el día que vayamos a aquella casa paterna a la celebración de nuestras bodas, cuya fiesta ha de durar por los siglos sin fin!  Recibid el cordial afecto que os tengo en el Padre que nos crió, en el Divino Verbo que nos redimió y en el Espíritu Santo, nuestro Santificador, a cuya Trinidad augusta sea dada toda alabanza, todo honor y toda gloria por los siglos sin fin. Así sea.  

Premios de esta escuela (de la devoción al Espíritu Santo)  
No merecidos, sino dados por pura bondad de nuestro inolvidable Maestro, el Espíritu Santo.  Son dados a las potencias de nuestra alma; mas todo nuestro ser siente la grande dicha que traen consigo estos premios, porque son recreo y placer al cuerpo, y al alma un cielo anticipado.   
Premios a la memoria  
Traslados que la hacen ir sin poner esta potencia trabajo alguno a Belén, a Egipto, a Jerusalén, siguiendo a Jesucristo en su vida pública, al Tabor en la transfiguración, al huerto de los olivos, al pretorio, por las calles de Jerusalén, al Calvario, vista amorosa de nuestro adorable Redentor, etc., etc. 

Premios al entendimiento  
Conocimiento de la Divina Esencia y de sus Tres Divinas Personas; acomodado este conocimiento a la capacidad de la inteligencia humana.  Conocimiento de la creación, del ángel y del hombre; de la rebelión, desobediencia y castigos; de la Encarnación del Divino Verbo, etc., etc.   
Premios a la voluntad    Ósculos del más apasionado y fino de los amantes. Dardos de amor Divino; heridas en el alma; transformación del alma en Dios; delectación la más tierna y amorosa, a la manera que lo es un niño que estando en los brazos de su madre en el más dulce reposo, al mismo tiempo que reposa es alimentado con leche; así lo es aquí el alma, con sabiduría y ciencia y posesión que hace en el alma toda la Santísima Trinidad.    Mil vidas si las tuviera  daría por poseerte,  y mil... y mil... más yo diera...  por amarte si pudiera...  con ese amor puro y fuerte  con que Tú, siendo quien eres...  nos amas continuamente. 

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