miércoles, 20 de mayo de 2015

DECENARIO AL ESPÍRITU SANTO. DÍA SÉPTIMO


DIA SEPTIMO  

Consideración   
Enseñanzas e instrucciones que nos da este Divino Maestro acerca de lo que a Dios más Le agrada y a nosotros grandemente nos aprovecha.  
No os quiero decir nada acerca de los inmensos consuelos y dulzuras que el alma y el cuerpo, sentidos y potencias, sienten en esta escuela dirigidos por un tan admirable Maestro como lo es el Espíritu Santo, porque el buscar a Dios por lo que da, o por lo dulce que es, es el medio de nunca gustar, ni sentir, las dulzuras y consuelos que se desean, y además es el gran estorbo y no pequeño impedimento para lograr la unión con Dios.  Todo se alcanza, todo se tiene, porque todo nos lo dan cuando sólo a Dios buscamos por quién Él es, no por lo que da ni por lo que nos ha prometido, sino sólo por quien es. A Dios hay que buscarle, servirle y amarle desinteresadamente; ni por ser virtuoso, ni por adquirir la santidad, ni por la gracia, ni por el Cielo, ni por la dicha de poseerle, sino sólo por amarle; y cuando nos ofrece gracias y dones, decirle que no, que no queremos más que amor para amarle, y si nos llega a decir pídeme cuanto quieras, nada, nada le debemos  pedir; sólo amor y más amor, para amarle y más amarle. Esto es lo más grande que podemos pedir y desear, por ser Él la única cosa digna de ser amada y apetecida, y convencidos de esta verdad, pasemos adelante, hablando de lo que a Dios más Le agrada y a nosotros grandemente nos aprovecha.  Es tan hábil para enseñar este sapientísimo Maestro, que es lo más admirable ver su modo de enseñar. Todo es dulzura, todo es cariño, todo bondad, todo prudencia, todo discreción.  Ya dejo dicho que no usa de palabras para enseñar, sino rara vez. Entonces suena la voz en la escuela, pero sin verle. Mas el que oye esta voz bien sabe que Él es, y se oye después que las lecciones recibidas las ha puesto en práctica, todas con amor y desinteresadamente.  Ya dejo dicho que las lecciones en esta escuela todas hay que ponerlas en práctica y si no se ponen es tiempo perdido y da su merecido castigo.  Y el castigo que da es no abrirse la escuela hasta no haber puesto en práctica las lecciones recibidas y no practicadas.  Y aunque se practique, el no haberlas practicado a su tiempo hay que llorarlo y sentirlo con el verdadero sentir, que también enseña, que es no sentirlo por el castigo o alguna otra mira, sino sentirlo muy de corazón sólo por haberle a Él faltado y por el disgusto que Le damos tan grande cuando con nuestro modo de proceder Le obligamos a que nos castigue.  Como nos ama tanto..., tanto, es tan grande su sentir cuando a castigarnos Le obligamos, que nos castiga, tanto por obligarle a que nos castigue como por lo que hicimos mal hecho, pues no puede dejar de castigarnos. Eso lo entendemos nosotros bien en esta escuela.  Como es tan Santo y la santidad toda es justicia, si no castigara, no digo el pecado, sino la imperfección, no sería perfecto; y no ser perfecto en Dios sería una falta y en Él no cabe falta.  Porque en lo infinito no cabe falta y Dios es infinito en todo.  Y esto que es así, no lo sabemos por las lecciones que allí nos dan; esto que ahora digo se aprende con su trato familiar que, como Maestro, tiene con nosotros. Es cierto y os hablo con verdad; creedme, que no se le ve, pero se le siente, se le palpa, se le gusta, se le saborea, se siente uno lleno de Él; se experimenta la transformación del alma en Él, hecha por Él, porque esto el alma con cosa alguna no puede lograr, ni adquirir, si gratuitamente el Espíritu Santo no se lo da.  Porque esta Persona Divina es como la acción de Dios, que desciende a nosotros para unirnos a Él y hacernos por amor como una sola cosa con Él.  ¡Oh verdadera riqueza! ¡Tesoro escondido! ¡Oh! ¿Dónde estás? ¿Cómo te han de hallar los hombres? ¡Salen fuera de sí para buscarla y está este grande tesoro en el centro de nuestra alma! 
Aquí ha puesto Dios nuestro gozo, nuestra alegría, nuestro consuelo, nuestra paz, nuestra tranquilidad, el paraíso de la tierra, donde se goza y disfruta del Cielo anticipado.  El gozar de esta escuela es tan consolador, que todos los goces del mundo juntos no tienen a él semejanza. Mas queden suspendidos los goces por ahora. Sigamos el modo de enseñar de este tan admirable y sabio Maestro.  Con esa luz clara y hermosa que trae consigo y que  la pone en nuestro entendimiento y allí la deja, ve aquella verdad que pone en el alma este sapientísimo Maestro. No tiene más que hacer el entendimiento que mirar la verdad y la ve perfectamente con la claridad de la luz, que para este fin le han dado; y perfectamente la entiende sin trabajo alguno; la comunica el mismo entendimiento a la voluntad y ésta la ama, o la detesta y aborrece, según de lo que sea.  Porque si la verdad dada ha sido acerca de Dios, la voluntad se lanza a amarla ciega y desinteresadamente; si es la verdad recibida de sí misma, la voluntad no se mueve a amar, sino a quitar, aborrecer y detestar.  Porque todas estas verdades conocidas con la luz que dan al entendimiento, todas van encaminadas al conocimiento de Dios y al propio conocimiento; y como en Dios, todo cuanto ve y entiende, sabe que es digno de ser amado, la voluntad lo ama ciega y desinteresadamente.  Y como en ella o en sí ve y entiende perfectamente  que todo cuanto hay es digno de aborrecimiento y detestación, lo detesta y aborrece, con el firme propósito de trabajar cuanto pueda, hasta lograr arrancarlo de sí.  Con el arte que se da para enseñar este tan hábil Maestro, todo causa contento y gran placer. Y así como lo poco que se hace en bien de nuestra alma, cuando no se anda en esta escuela cuesta tanto, así, al contrario, cuando en ella se anda y en ella se persevera, cuanto más se hace, más se desea hacer. Cuando uno se convence de la necesidad que tenemos de dar muerte al amor propio, al juicio propio y a la voluntad propia, y  se ponen en práctica las lecciones que da este Maestro Divino para poderlo pronto conseguir, no hay palabras para expresar la dicha que el alma siente.
Porque esto de hacerse uno señor de sí, no se sabe qué cosa es hasta que se consigue.  A este señorío no hay cosa que le supere si no es la posesión de Dios en la bienaventuranza de la gloria. Es el paraíso en la tierra.  En esta práctica y con estas muertes quedan rotas todas las cadenas de la propia esclavitud; y con este señorío es uno tan dichoso, que no hay acá en la tierra dicha que a ésta se pueda igualar; y a esta dicha la sigue otra eterna, la posesión de Dios por amor en esta vida, dicha tan grande, que por todos los martirios que hubiera que pasar, pasaría el alma y el cuerpo; porque esta dicha todo nuestro ser la siente, la gusta, y saborea el  raudal de tan inmensas dulzuras.  Y trae consigo el mismo goce la bienaventuranza de la gloria, porque se deja traslucir un no sé qué..., que no hay palabras para expresar lo que esto es.  Es como un grabado o sello impreso que pone el amor de los amores en lo más íntimo de nuestra alma.  ¡Oh vida mía! ¡Mi todo en todas las cosas! ¡Fortaleza mía! ¡Cómo preparas al alma con tu misma fortaleza! ¡Oh! ¿Cómo es que vive y no muere el que esto recibe, pues todo tiene fuerza sobrada para acabar con la vida natural?  ¡Oh cómo hieres y sanas! ¡Cómo es para morir esta vida natural! Y ¿cómo es que no muere, pues tanto lo desea?  ¡Oh Santo y Divino Espíritu! ¿Quién me diera el poder de poder hacer que todos emprendieran la vida interior del alma, para que fueras conocido y todos te desearan y buscaran, para que todos contigo, con tu ayuda, con tu gracia y tus bondades, lográramos la posesión de Dios por amor en esta vida, para con esto asegurar la bienaventuranza de la gloria, donde la seguridad es completa de no poderle perder y por los siglos sin fin amarle cuanto uno puede amar? ¡Oh Santo y Divino Espíritu! ¡Date a conocer a las almas que buscan, quieren y con delirio desean la santificación de sus almas! ¡Mira cuán gustosas han de venir a tu escuela y han de practicar con entera voluntad tus lecciones!, y tendrán el consuelo de tener a quien dar tus riquezas y tus glorias, el tiempo y por los siglo sin fin, como Tú lo deseas, Santo y Divino Espíritu. Así sea. 

Obsequio al Espíritu Santo para este día séptimo

Hacer firme propósito de no buscar cosa alguna que huela a consolación, sino hacerlo todo por sólo servirle y darle contento a Dios.   
Es también un poco difícil el hacer las cosas y no buscar algún consuelillo en ellas; porque todo nuestro ser sabe que para gozar y sólo para gozar fuimos criados; pero, pobrecillos nuestros primeros padres, Adán y Eva, los engañó y sedujo Satanás.  Pero esto no lo sintamos, porque nos remedió el Señor nuestro Dios ante el mal con inmensas ventajas. Entrad en la vida interior y veréis qué comparación hay entre lo antes prometido y lo que ahora nos es dado. Mirad lo que quiere y desea que hagamos el Espíritu Santo.  El que hace esto, da a Dios un grandísimo contento y a nosotros nos atrae grandes ventajas.  Mirad; poned vuestros ojos y corazón en no cometer faltas deliberadas o a sabiendas, como yo digo; y no dar a nadie, ni a persona, ni a cosa, algún afecto del corazón, por pequeño que él sea. Y después de hacer esto, os sentís en la oración con sequedad y vais a Misa con sequedad y comulgáis con sequedad y hacéis todo con sequedad, y los vencimientos que Dios os pide los hacéis costándoos mucho, pero si los hacéis, aunque sea llorando, por lo mucho que cuestan, no temáis.  Al menos yo bien de ello he llorado, porque me quería vencer y no podía vencerme; pero, al fin, lo hacía.  Siempre que os examinéis y no halléis faltas deliberadamente cometidas, no temáis; yo, si os viera y tratara, por esta sequedad os daba la enhorabuena; porque el hacer las cosas que pertenecen al servicio de Dios en sequedad, es señal inequívoca que a sólo Dios buscamos y que por puro amor a Él lo hacemos.  Esto bien nos lo enseñan que es así en esta escuela divina, donde el Maestro es el mismo Dios.  ¿Y quién mejor que Él sabe lo que le agrada y desagrada, lo que es mejor y lo que no es tan bueno, y lo que de suyo a nosotros nos aprovecha o daña? ¿Quién mejor que Él para saberlo? 
Cuando el consuelo nos mueve a hacer las cosas del servicio del Señor, creedme, no buscamos ni nos movemos a hacerlo por Dios: nos mueve a ello nuestro amor propio y lo hacemos buscándonos a nosotros.   Pues a echar a un lado los goces; que para gozar, una eternidad de sólo goces nos está preparada; a padecer y más padecer por amor de Aquel que dio la vida por nosotros. Así sea.   

Oración final para todos los días  

Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.  ¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla!  ¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían!  ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia!  ¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la  tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.  Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.  ¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!  Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!  ¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!  ¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería.  Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!  ¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres! Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.  ¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor!  ¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!  ¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!  Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”  ¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman!  ¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido!  ¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin.  Así sea.     

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