viernes, 22 de mayo de 2015

DECENARIO AL ESPÍRITU SANTO. DÍA NOVENO


DIA NOVENO
  
Consideración

La última batalla que Satanás tiene con el alma, la más astuta que ha podido discurrir su saber y su malicia, pues lleva por fin en sus intentos el robar a Dios lo que es de Dios, y al alma llenarla de soberbia y con ella lograr el separarnos de Dios para siempre.    Viendo Satanás que con todo lo que él ha hecho para arrancar la fe del alma no ha podido lograr su intento, entra en sospecha si Dios habrá intervenido en la pelea; sospechoso de esto, se resuelve a no entrar ya él en lucha con nosotros directamente ni con ninguno de sus secuaces, sino hacer que lo hagan las gentes que nos tratan y hasta el mismo confesor, no diciendo éste nuestros pecados, porque en esto tiene que dejarse matar primero antes que decir ningún pecado; pero de lo que no es pecado puede decirlo sin faltar, y a esto es movido por Satanás. Y movidos por Satanás, he aquí que las gentes del mundo, sin fundamento y sin verdad, empiezan a decir: unos, que hacen grandes penitencias; otros, que tienen éxtasis, revelaciones, visiones, que son muy amados de Dios y favorecidos, y así otras mil cosas.  Y así como por medio de las campanas en un instante sabe todo el pueblo que hay quema y dónde la hay, así las criaturas, movidas por Satanás, hablan e inventan cosas que no hay. Todo movido por Satanás.  Porque ¿qué le importa a él que no haya verdad en lo que dicen para lograr lo que él intenta con todo ello? La cosa es, que tales cosas levantaron y dijeron, que con todo ello le dio la gente por santo. Y así en adelante la gente le llama y le apellida.  ¡Pobre alma! ¿Qué sería de ti si no fuera por lo que has visto y aprendido en esta escuela divina, donde te dan por espejo a Dios, y en Él te miras y no dejes de mirarte hasta que bien te conozcas? ¡Oh! ¿Qué sería de ti, pobre hijo de Adán, si no te hubieran hecho ver con aquella verdad con que ves y palpas las astucias de Satanás y todos los intentos que se propone? Y ¿cómo te hubieras ahora escapado  de sus garras, con el saber y poder que tiene, pues todo se lo dejó Dios, y él lo emplea todo en seducirte y engañarte astuta y maliciosamente?  ¡Bendita seas, Luz Divina! ¡Mil y mil veces seas bendita! Porque con tu claridad conocí a Dios, grandeza suma, santidad consumada, fuente y manantial de toda perfección, verdad inmutable, poder infinito, vida verdadera, por quien yo vivo y en quien tengo la vida segura; pues por Él no la he de perder, porque Él me dio la verdadera vida del alma que hoy tengo y vivo; si hay algo en mí que no es pecado, de Él es; y si hay algo que merezca alabanza, Él me lo ha dado; yo de Él lo he recibido; yo nada mío tengo, porque soy la misma nada.  El barro fue mi principio y la tierra es la herencia de todo mi linaje. ¿Quién, si no es Dios, merece alabanza? 

¡Oh! Anatema sea el que pronuncie alabanzas, y no las encamine a Dios, que es la única cosa digna de ser alabada. ¡Oh, lo que somos cuando tu luz sobrenatural no ilumina nuestras inteligencias! Ladrones somos, pues te robamos la alabanza que Tú mereces y la damos a las pobres criaturas. Somos pobres ciegos, pues no vemos la verdad. Somos ignorantes, pues ignoramos dónde está la verdad y dónde tiene su principio. Somos unos necios, pues necedad y grande necedad es el creer que una criatura puede ser lo que la llaman y apellidan, cuando por sí sola ni un paso acertado y menos bien dado puede dar por el camino que a la santidad conduce. Somos insensatos, porque, ¿qué mayor insensatez se puede cometer, como la que nosotros cometemos, cuando vemos que la infinita bondad de Dios, viendo la pobreza de su criatura, la viste de sus virtudes y la adorna con sus dones, y la favorece cuando ve su miseria y ruindad, y en lugar de engrandecer y alabar la bondad de Dios que se lo da, alaban a la pobre criatura que lo ha recibido?  ¿Habrá mayor insensatez que ésta? Tú, que alabas los ayunos y penitencias hasta tal punto, y que le llamas y apellidas santo. ¿Sabes tú si en lo que hace, obra con la pureza de intención que debe, o si da a Dios en ello lo que Él le pide o deja de hacerlo, y lo que no debe hace, o haciéndose querer por lo que obra, por lo cual Dios grandemente se disgusta, y tú le llamas y apellidas santo?  ¿Acaso Dios se paga con exterioridades, como nos pagamos nosotros? ¡Oh, que la verdadera santidad no la puso Dios tan fuera! La puso dentro y muy dentro, y allí quiere Dios que la busquemos, y allí sólo la veamos, y por lo que allí hay, juzguemos. ¡Y qué difícil es esto de conocer! Está allá en lo más íntimo del alma y del corazón; tan oculta y escondida a todos. Si no es Dios y nuestro entendimiento que allí se meta y vea lo que Dios aprueba y reprueba, ¿quién lo podrá saber? Si allí a nadie le es permitido entrar; ha dispuesto Dios, Sabiduría infinita e increada, que nadie pueda penetrar, si no es Dios y la misma alma, y allí sin ruido de palabras, los dos secretamente se hablen y se entiendan.  Y esto que ha dispuesto Dios, al pie de la letra se cumple. Pues ¿cómo y por qué alaban sin saber? ¿Quién los mueve a ello? Nadie, sino Satanás. 
Porque como Satanás quiso privar a Dios del contento que tenía en amar y ser amado del hombre, ahora es el instrumento que Dios  tiene más útil y más a propósito para labrar, tallar y pulir a todos los verdaderos santos.  ¡Oh! ¡Cómo no escarmentará con las derrotas que ha  llevado! Pero ¿cómo va a escarmentar, si la soberbia y la venganza y la envidia es como su vida? La rabia es mal que nunca se quita; muriendo se acaba. Y como él no pudo morir, siempre vive y vivirá en rabia y desesperación.  
Como tiene tanto poder y tanto saber, y es tan malicioso y vengativo, tan mentiroso y traidor, hasta está poseído que nos ha de engañar; si no es por un camino, por otro.  Y aquel que tienen dominio sobre todos los poderes del infierno, calla, le deja que maniobre. Y cuando Satanás y todo su ejército tiene ya todo preparado, he aquí que el alma, con su Dios, derrota a Satanás y a todo su ejército dejándoles a todos burlados y confundidos.    Y sin Satanás saberlo, contribuye a que el alma, más y más enamorada de su Dios, Le ame, Dios más se complazca en el alma y más la ame, y salida de la pelea adquiera el alma, por su medio, un estado, al cual jamás hubiera acaso llegado y ahora en posesión lo tiene, pues se lo han dado como en regalo por la pelea, lucha y combate que con él ha tenido.  ¡Oh qué modo tienes tan divino, Maestro mío inolvidable, de enseñar al alma, y por la propia experiencia hacerla ver y sentir las mismas cosas en tu sabiduría inmensa! ¡Dios inmutable en las batallas!    Pues lo más grandioso, lo más hermoso, lo más consolador y bello es verte vencer sin luchar, derrotar sin destruir, sin ser visto, ni sentido, ni oído de tus contrarios. La paz, la tranquilidad, el reposo y la quietud son las armas que Tú enseñas a bien manejar, y con su manejo destruir a cuantos quieran pelear. Haz, Señor, que con estas armas luchemos siempre, para que quedemos vencedores de nosotros mismos, y triunfando de nosotros mismos, dejemos a Satanás para siempre derrotado y confundido. Así sea. 

Obsequio al Espíritu Santo para este día noveno 

Hacer todas las cosas con verdad.
El obsequio muy agradable al Espíritu Santo es hacer todas las cosas en verdad y con verdad, y según Le gusta a Dios que las hagamos. Y una de las cosas hechas y dichas en verdad y con verdad es que ni alabemos, ni vituperemos, ni deseemos, ni rechacemos cuando en todo ello no echemos de ver la verdad.  Alabar con verdad es cuando alabamos a los Santos beatificados por la Iglesia.  Esto lo quiere Dios y es muy de su agrado.  Pero alabar a los que entre nosotros viven, porque  les veamos favorecidos de Dios, esta alabanza no es dada según verdad.  Porque si se quiere alabar lo que se ve bueno en uno, alábese a Dios, que es el que se lo da y no se alaba a aquel a quien se lo dan.  En esto hemos de hacer lo que hacemos cuando vemos a un pobre vestido por la caridad de un rico; que luego los unos y los otros decimos cuando al pobre le vemos: Mira, ese traje y todo lo que lleva ese pobre se lo dio don Fulano, y nombramos a ese caritativo. Y con esto hacemos una cosa, según verdad.  Porque si en lugar de alabar al que se lo dio alabamos al que lo recibió, si nos lo oye una persona de buena inteligencia y sensata, nos diría, y con sobrada razón: ¿Por qué no alabas al que se lo ha dado y no al pobre que lo ha recibido? ¿No ves que eso no está bien y, por tanto, no se debe hacer?  Tampoco nos hemos de angustiar cuando nos vituperan, ni hemos de desear que nos alaben, porque tampoco en ello hay verdad.  Ver a uno hacer una cosa que está bien hecha y es razonable que así lo haga, y que al que lo hace le alabamos y le tenemos por santo Sepamos todos que con esta alabanza hacemos el oficio de Satanás. Y es que todos los hijos de Adán tenemos una tendencia a la  vanidad, como natural en nosotros, que todos hemos de hacer lo que podamos por arrancarla. Y que esto es verdad, vedlo en todos; alabad a uno, nunca por ello se pierde la amistad.  Decid a uno lo que decimos a un enfermo: mira que no estás bien; te he notado esto y esto, que son síntomas de enfermedad; él no se resiente, pero decirle que tiene tal y tal defecto, veréis si pierde o no la amistad.  ¿Qué es esto sino efecto de la vanidad que reina en nosotros? Pues ni alabemos ni queramos ser alabados, y habremos dado un paso por el camino de la verdad.  Y si queréis alabar, alabad a Dios, que es el que nos da cuanto de bueno tenemos, y con esto habremos hecho una cosa muy del agrado del Espíritu. Así sea.   

Oración final para todos los días  

Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y gozar  de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.  ¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla!  ¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían!  ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia!  ¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.  Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.  ¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!  Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!  ¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!  ¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería. Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera! 

¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres!  Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.  ¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor!  ¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!  ¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!  Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”  ¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman! ¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido!  ¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin.  Así sea.   

No hay comentarios:

Publicar un comentario