lunes, 18 de mayo de 2015

DECENARIO AL ESPÍRITU SANTO. DÍA QUINTO


DIA QUINTO  

Consideración  
Instrucciones graves que nos da este sapientísimo Maestro; y digo graves, porque son tales que, cuando no las cumplimos, Él huye de entre nosotros y nos impiden el adquirir la unión con Dios.  
Las instrucciones que hoy digo nos da este sabio, hábil, prudente, discreto, activo, dulce y cariñoso Maestro, que todos estos títulos merece, porque todo esto que de Él digo parece que al darnos estas lecciones todo nos lo quiere transmitir y grabar para que así como Él obra con nosotros obremos nosotros con nuestros prójimos en general, ya sean amigos nuestros ya no lo sean, o ya sean declarados enemigos; a todos quiere que tratemos igual, con la caridad que Él nos enseña.  Estas instrucciones no nos las da ni nos las hace ver y entender por medio de la luz que ya dejo dicho da al entendimiento; van directamente a la voluntad, pues allí las deja como impresas y grabadas en lo más íntimo de nuestra alma, con el fin de que jamás se nos puedan olvidar, y si nosotros queremos ser agradecidos a tantas manifestaciones de cariño y amor como nos da este nuestro inolvidable Maestro, debemos tener estas sus enseñanzas no como instrucciones, sino como mandatos. 
Así los debemos poner por obra y con toda la aceptación de nuestra voluntad. Nos dice que hablemos y obremos siempre con sencillez y que a nuestro prójimo nunca le hablemos ni tratemos con doblez bajo ningún pretexto.  La sencillez, dice, que es el carácter propio de los hijos de Dios y la doblez y fingimiento es propio de Satanás y sus secuaces y que esta semilla la puso Satanás en el corazón de la mujer y con ella la vanidad, cuando la sedujo a cometer el primer pecado; y dice que es tal el aborrecimiento que tiene Dios al que trata con doblez a su prójimo, que ninguno de éstos entrará a gozar de su descanso.  Nos exhorta también a que con propia voluntad nunca hagamos ningún acto, por pequeño que éste sea, y que debemos dar en nuestro corazón preferencia de aprecio y estima a todos aquellos que con sus contradicciones y privaciones nos ayuden a arrancar de nosotros la propia voluntad.  Nos exhorta a que seamos exigentes con nosotros mismos, encaminando nuestra existencia a toda virtud y perfección y a tener mucha tolerancia con los demás; que tengamos siempre mucha prudencia y obremos con discreción y que andemos con mucho cuidado, porque Satanás, nuestro común enemigo, siempre anda entre nosotros sembrando cizaña para que nosotros cojamos la discordia, que es el fruto que da la semilla que él tira y nos enseña los modos y maneras que él tiene de disfrazarse.  Usa mucho el disfraz de falso celo, que es para las almas consagradas al servicio del Señor la careta con que se cubre y aparece enmascarado con apariencias de celo, porque, quitando la posesión y vista de Dios, lo demás todo lo conoció perfectamente; porque le dio el Espíritu Santo tan privilegiada inteligencia que con ella conoció toda virtud y perfección; pero no la quiso practicar y por eso sabe tan perfectamente el oficio de seducir y engañar con virtudes aparentes y fingidas, que es todo lo que él abarca aparentar y fingir.  Pues rebelándose contra Dios, en esto vino a parar todo su saber y ciencia: a engañar, seducir, fingir y aparentar, y esto es ahora todo su saber y ciencia. Y toda esta su ciencia, sabiduría y poder los destruimos nosotros con sólo que sigamos la verdad y con esto sólo le dejamos avergonzado, humillado, confundido y en su misma soberbia más y más abatido. 
Vuelve a insistir en que nunca con doblez hablemos ni tratemos a nuestro prójimo por lo desagradable que esto es a Dios; y nos prohíbe hablar, decir y manifestar de cualquier modo o manera que sea las debilidades, imperfecciones, faltas o pecados de nuestros prójimos, y dice que el modo de tratar nosotros las cosas que dejó dichas de nuestros prójimos es con Dios, para pedirle gracia y perdón para ellos.  Nos exhorta como a viva voz y con mucha energía, contra la envidia espiritual, que jamás nos dejemos seducir de Satanás a cometer este pecado y el que lo comete es ladrón declarado que roba a Dios la gloria y la honra que Dios se merece y que todos estamos obligados a darle.  En contradicción a este pecado dilatemos nuestro gozo cuanto nos sea posible, siempre que veamos u oigamos hablar en alabanza de nuestro prójimo y jamás nos angustiemos con esos humillos de envidia con que los imperfectos oyen las alabanzas del prójimo o cuando los ven hacer algún acto de virtud, porque dice que el que tiene este pecado está como dominado por él y cuanto ve y oye del prójimo todo le da en rostro, como si le viera cometer graves pecados, porque la envidia espiritual, al que la tiene, le roe hasta las entrañas y la ruina espiritual del que esto tiene es segura.  Y digo que a viva voz nos lo dice, porque hasta los sentidos parece que participan instrucción.  Y nos enseña que cuando con falso celo nos veamos perseguidos, acusados y reprendidos, guardemos riguroso silencio y les abramos nuestro corazón lleno de amor y cariño, siempre que ellos nos busquen, sin darles la menor muestra de resentimiento. Porque, con todo, nos ayudan mucho a lograr más fácilmente la santificación de nuestras almas.  También nos exhorta mucho a que no tallemos ni pulamos a ninguno de nuestros prójimos, porque el que talla y pule a otro está muy lejos de la propia santificación.  También nos exhorta mucho a que tengamos gran temor y desconfianza no de Dios, sino de nosotros mismos, cuando nos alaban y ensalzan, porque la alabanza, la honra y la gloria que os dan no la merecéis vosotros, sino Dios que es el que os ha dado todo cuanto tenéis, por lo que los hombres os alaban y ensalzan.
Además, Satanás, nuestro común enemigo, sabe que de los discípulos de esta escuela él poco saca, porque no tiene posibilidad para entrar en esta escuela,  por una parte, y, por otra, aunque quiera andar por las afueras de ella escuchando, nada adelantará, porque allí no hay ruido alguno; allí todo pasa en quietud, reposo, silencio y todo en profunda reserva.  Es la reserva que allí se usa y ejercita tal, que todo cuanto allí recibe el alma, todo en el centro del alma se queda guardado y como escondido, para que ni Satanás ni las criaturas puedan saber cosa alguna.  Y se recibe, porque bien se sabe que es dada una como natural reserva de lo que la dan como si la pusieran un candado para hablar, que mientras Dios no se la quita, no puede decir cosa alguna de lo que entre Dios y el alma pasa.  Pero hay cosas que entre Dios y el alma se quedan reservadas en el mismo Dios. Una comparación: Me lleva el Rey a su palacio y me  enseña las cosas que él tiene allí reservadas; de aquellas cosas me da muchas a mí; yo las guardo en mi casa también reservadamente y digo de lo que me enseñó sólo para que yo lo supiera, lo viera y gozara sin otro fin más que éste, digo que quedaron en el Rey reservadas.  Satanás, que anda tan solícito por saber, no puede  lograrlo ni halla medio de conseguirlo, y ¿qué hace entonces? Se vale de las criaturas, a ver si lo puede lograr, y movidas por él dicen alabanzas y ensalzamientos tales que las criaturas la suben hasta el tercer cielo como a San Pablo, con el fin de ver si la pueden hacer caer en algún pensamiento vano o en alguna complacencia por donde él pudiera averiguar por dónde anda.  ¡Oh Maestro inolvidable! ¿Qué son todos los sabios ante Ti? Da este tu saber a todas las almas que Te están consagradas para que con él se vean libres de todas las astucias de Satanás y consigan con seguridad tu posesión eterna.  Amén.  

Obsequio al Espíritu Santo para este día quinto  

Amar a nuestros prójimos puramente por Dios y como  Dios nos manda que amemos y como El nos enseña.  j Amar a nuestros prójimos por Dios es el estar atentos en todo a prestarles nuestros servicios, si en algo nos necesitan, sin poner nuestros ojos en ellos, con el fin de ver si es nuestro amigo o enemigo, si habla bien o mal de nosotros, si es agradecido o ingrato a nuestros favores; porque si lo hacemos puramente por Dios, Dios no se puede portar con nosotros mejor que se porta. El atributo de su bondad siempre está ejecutando sus bondades con nosotros y nosotros, ¡con cuántas imperfecciones hacemos las obras que pertenecen a su santo servicio!  Y esta infinita bondad no se retrae de darnos en abundancia su gracia, sus virtudes, sus dones y sus frutos; no aspira sino a enriquecernos y se goza y se gloría en vernos cargados de sus tesoros divinos, y cuando Él nos ve llenos de estas riquezas, como si se honra -¿qué digo como si se honra?- se honra de veras en ello.  Y cuanto más nos da, más su infinita bondad quiere darnos.  Pues resolvámonos a amar desde hoy a nuestros prójimos puramente por Dios y como Dios nos manda amarles y como Él enseña.  Hemos de manifestar el amor a nuestros prójimos para cumplir bien el mandato de Dios, no con los afectos de nuestro corazón, que éstos son para Dios sólo, sino con las obras, gozándonos, con toda nuestra alma y corazón, cuando vemos que los demás Le alaban, Le honran, y Le engrandecen, y no sacar nunca alguno de sus defectos, con lo que manifestamos lo aborrecible que nos es el que Le alaben y ensalcen.  Esta conducta nuestra contrista grandemente al Espíritu Santo y se da por ofendido.  Y así como quiere que nos gocemos en sus alabanzas, así quiere que nos apenemos y de alma y corazón sintamos su deshonra y menosprecio.  Resolvámonos desde hoy a observar esta conducta con nuestros prójimos y daremos con ello placer y contento a Dios, que tanto se goza en que demos frutos de vida eterna. Así sea. 


Oración final para todos los días  

Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y gozar de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias.  ¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla!  ¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían! ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia! ¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.  Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.  ¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!  Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!  ¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!  ¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería. Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!  ¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres! 

Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.  ¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor!  ¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce!  ¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!  Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”  ¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman! ¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido!  ¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin. Así sea.  

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