Catequesis del Papa Francisco (miércoles 1 de abril de 2015)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días.Mañana es Jueves Santo. Por la tarde, con la Santa Misa “en la Cena del Señor” comenzará el Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección de Cristo, culmen de todo el año litúrgico., también el culmen de nuestra vida cristiana.
El Triduo se abre con la conmemoración la Última Cena. Jesús, la vigilia de su pasión, ofreció al Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies del pan y del vino y, donándoles una nutrición a los apóstoles, les mandó perpetuar la ofrenda de su memoria. El Evangelio de esta celebración, recordando el lavatorio de pies, expresa el mismo significado de la Eucaristía bajo otra perspectiva. Jesús --como siervo-- lava los pies de Simón Pedro y de los otros once discípulos. Con este gesto profético, Él expresa el sentido de su vida y de su pasión, como servicio a Dios y a los hermanos: “El Hijo del hombre no ha venido para ser servido, sino para servir”.
Esto ha sucedido también en nuestro Bautismo, cuando la gracia de Dios nos ha lavado del pecado y nos hemos revestido de Cristo. Esto sucede cada vez que hacemos el memorial del Señor en la Eucaristía: hacemos comunión con Cristo Siervo para obedecer a su mandamiento, el de amarnos como Él nos ha amado. Si nos acercamos a la santa Comunión sin estar dispuestos sinceramente a lavarnos los pies los unos a los otros, no reconocemos el Cuerpo del Señor. El servicio de Jesús donándose a sí mismo totalmente.
Después, pasado mañana, en la liturgia del Viernes Santo meditamos el misterio de la muerte de Cristo y adoramos la Cruz. En los últimos instantes de su vida, antes de entregar el espíritu al Padre, Jesús dijo: ‘¡Está cumplido!’ ¿Qué significa esta palabra, que Jesús diga ‘está cumplido’? Significa que la obra de la salvación está cumplida, que todas las Escrituras encuentran su pleno cumplimiento en el amor de Cristo, Cordero inmolado. Jesús, con su sacrificio, ha transformado la más grande iniquidad en el amor más grande.
A lo largo de los siglos hay hombres y mujeres que con el testimonio de su existencia reflejan un rayo de esta amor perfecto, pleno, sin contaminar. Me gusta recordar a un heroico testigo de nuestros días, Don Andrea Santoro, sacerdote de la diócesis de Roma y misionero en Turquía. Días antes de ser asesinado en Trebisonda, escribía: “Estoy aquí para vivir en medio de esta gente y permitir a Jesús que lo haga prestándole mi carne. Es posible salvarse solo ofreciendo la propia carne. El mal del mundo es llevado y el dolor es compartido, absorbiendolo en la propia carne hasta el final, como hizo Jesús”. Este ejemplo, el de un hombre de nuestro tiempo, y el de muchos otros, nos sostengan en el ofrecer nuestra vida como don del amor a los hermanos, a imitación de Jesús.
Y también hoy hay muchos hombres y mujeres, verdaderos mártires que ofrecen su vida con Jesús al confesar la fe, solo por ese motivo, es un servicio, servicio del testimonio cristiano hasta la sangre. El servicio que ha hecho Cristo nos ha redimido hasta el final, y este es el significado de esa palabra. Está cumplido. Que bello será que todos nosotros, al final de nuestra vida, con nuestros errores, pecados, también con nuestras buenas obras, nuestro amor al prójimo, podamos decir al Padre como Jesús: ‘Está cumplido’. Claro, no con la perfección que lo dijo Él. Pero decir ‘Señor, he hecho todo lo que he podido hacer, está cumplido’.
Adorando la Cruz, mirando a Jesús, pensamos en el amor, el servicio, en nuestra vida, en los mártires cristianos y también nos hará bien pensar sobre el final de nuestra vida. Ninguno sabe cuándo sucederá esto. Pero podemos pedir la gracia de poder decir: ‘Padre he hecho lo que he podido. Está cumplido’.
El Sábado Santo es el día en el que la Iglesia contempla el “descanso” de Cristo en la tumba después de la victoriosa lucha de la cruz. En el Sábado Santo la Iglesia, una vez más, se identifica con María: toda su fe es recogida en Ella, la primera y perfecta creyentes. En la oscuridad que envuelve la creación, Ella permanece sola teniendo encendida la llama de la fe, esperando contra cualquier esperanza en la Resurrección de Jesús.
En la gran Vigilia Pascual, en la que resuena nuevamente el Aleluya, celebramos a Cristo resucitado centro y final del cosmos y de la historia; estamos despiertos llenos de esperanza esperando su regreso, cuando la Pascua tendrá su plena manifestación.
A veces la oscuridad de la noche parece penetrar en el alma; a veces pensamos: “ya no hay nada que hacer”, y el corazón no encuentra la fuerza para amar.
Pero precisamente en esa oscuridad Cristo enciende el fuego del amor de Dios: un resplandor rompe la oscuridad y anuncia un nuevo inicio. Algo comienza. En la oscuridad más profunda. Sabemos que la noche es más noche, y es más oscura poco antes de que empiece el día. Pero precisamente en esa oscuridad es Cristo quien vence y quien enciende el fuego del amor. La piedra del dolor se ha volcado dejando espacio a la esperanza. ¡Este es el gran misterio de la Pascua! En esta noche santa la Iglesia nos entrega la luz del Resucitado, para que en nosotros no haya el arrepentimiento de quien dice “vaya...”, sino la esperanza de quien se abre a un presente lleno de futuro: Cristo ha vencido y nosotros con Él. Nuestra vida no termina delante de la piedra de un sepulcro. Nuestra vida va más allá, con la esperanza de Cristo que ha resucitado, precisamente en ese sepulcro. Como cristianos somos llamados a ser centinelas de la mañana, que saben ver los signos del Resucitado, como han hecho las mujeres y los discípulos que acudieron al sepulcro al alba del primer día de la semana.
Queridos hermanos y hermanas, en estos días del Triduo Santo no nos limitemos a conmemorar la pasión del Señor, sino entremos en el misterio, hagamos nuestros sus sentimientos, sus actitudes, como nos invita a hacer el apóstol Pablo: “Tened en vosotros los mismos sentimientos de Cristo Jesús”. Entonces la nuestra será una “buena Pascua”.
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