Miramos de ordinario a la cruz y al sufrimiento como algo negativo. Vemos la muerte como la gran desgracia. Pero sabemos que en Cristo crucificado y muerto, la cruz y la muerte dejan de ser algo negativo y se convierten en bendición, en santidad y en dones para todos los hombres. Cristo carga con nuestros crímenes y así nosotros somos justificados (Is 53,11). "El castigo de nuestro pecado vino sobre él, y sus cicatrices nos curaron" (Is 53,5). Todo lo que aparece como negativo es sanado y redimido en Cristo.
"Con lo que padeció, Cristo experimentó la obediencia" (Hb 5,8), y así se convierte en causa de salvación eterna de los que antes desobedecieron a Dios y ahora le obedecen (Hb 5,9). Cristo cargó con la traición de Judas (Jn 18,2), con la conjura de las autoridades judías, que mandan soldados a detenerlo (Jn 18,12). Así por sus sufrimientos quedamos nosotros curados de nuestras heridas por traiciones y abusos de poder y los agresores pueden ser perdonados.
Cristo sufre todos los pecados de los hombres: juicios injustos y calumnias, mentiras y negaciones de Pedro (Jn 18,16-30); es pospuesto al homicida Barrabás (Jn 18,40); es condenado a muerte en un juicio cobarde (Jn 19,16); padece y muerte en el suplicio de la cruz (Jn 19,23-30); pero, desde ahora, el sufrimiento con Cristo se convierte en bendición y en rescate por los pecados del mundo; la muerte de Cristo se transforma en vida y su condena en gracia y en perdón para nosotros.
Desde ahora, el sufrimiento con Cristo se trasmuta en bienaventuranza, el martirio en corona de gloria, la muerte con Cristo en tránsito al amor y a la vida. Los que mueren con Cristo, no mueren; entran en la vida; no terminan su camino, sino que lo empiezan todo: la eternidad feliz, el encuentro gozoso con Jesús y con María y con los seres queridos y glorificados con Dios. En Cristo crucificado el pecado es destruido y reparado; la muerte es vencida; el príncipe de este mundo, Satanás es echado fuera y derrotado. La pasión y la muerte de Cristo se convierten en victoria y en triunfo de Dios en nosotros. Las puertas del cielo se abren a los que mueren con Cristo, y para los que viven con Él junto a su Cruz, bajan bendiciones abundantes, los pecados quedan perdonados; María empieza a ser Madre nuestra; Jesús nos entrega su espíritu (Jn 19,30) y empezamos a vivir la Vida de hijos de Dios, salvados y redimidos.
¡Gracias, Señor Jesús, por el día santo de tu pasión y de tu muerte! ¡Gracias porque por tu santa Cruz redimiste al mundo! ¡Gracias por tus sufrimientos por nosotros, pecadores!
''Vivid junto a mi Cruz. Vivid mi agonía y mi muerte. Unid vuestros sufrimientos y los de todo el mundo a los míos. Experimentad mi infinita misericordia para con los pecadores y mi compasión por todos los hombres. Agradecedme cada día, al comenzar la tarde, la hora de mi agonía, uníos a mi intercesión por vosotros y recibiréis las maravillas y las bendiciones de mi pasión preciosa"
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EL PAN DE LA PALABRA DANÓSLE HOY.
CICLO B Pág. 110 y 111 (Ceferino Santos S.J.)
CICLO B Pág. 110 y 111 (Ceferino Santos S.J.)
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