TIEMPO DE PLENITUD
Cristo nos introduce en la plenitud de los tiempos. Dios en Jesús se hace hombre para que el hombre pueda alcanzar la plenitud de Dios. Nace de María Cristo, el Hijo de Dios, no sólo al cumplirse el tiempo (traducción litúrgica inexacta), sino al cumplirse la plenitud del tiempo (Ga 4,4), [Traducción literal del griego], y se hace hombre para rescatar a los hombres sometidos a la ley de la esclavitud, al pecado y a la muerte y transformarlos en hijos de Dios por adopción (Ga 4,5). Este no es un tiempo cualquiera; es la plenitud del tiempo para el hombre.
Hemos entrado en una época nueva de liberación y de plenitud. El Espíritu de Dios va a venir a nuestros corazones de hijos para exclamar: "¡Abbá!, Papá" Dios (Ga 4,6). Dios nos introduce así en la plenitud de su vida trinitaria: el Hijo unigénito se hace hermano nuestro por amor y nos cambia en hijos de Dios. Dios Padre inaugura una nueva relación con nosotros y nos mira como a hijos bien amados; y el Espíritu de Dios mora en nosotros como en templos suyos. ¡Verdaderamente ha llegado para nosotros la plenitud de los tiempos y la plenitud de la gracia, de la salvación y de la vida divina en nosotros!
Tenemos a Jesús Niño, el Salvador, entre nosotros (Lc 2,21), y ya no estamos desvalidos y abandonados a nuestra suerte. La vieja bendición de Dios a su pueblo: "El Señor te bendiga y te proteja" (Nm 6,24), con Cristo ha llegado a su plenitud. Con Cristo nos llega la plenitud de su paz: "El Señor se fije en ti y te conceda la paz" (Nm 6,26).
Se trata de una plenitud de Dios en el misterio y con las paradojas de la pequeñez y el escondimiento. Dios nos bendice desde la pequeñez del Niño recostado en el pesebre (Lc 2,16) Y con su fuerza divina desde su debilidad. Para que nada falte en la plenitud de Dios desde su anonadamiento, el Hijo de Dios nace de una mujer (Ga 4,4) humilde y sencilla, María de Nazaret, pero que a la vez es la llena de gracia. En ella reside la plenitud de la vida de Dios y el culmen de una maternidad humano-divina. Y nosotros, al ser hechos hijos adoptivos de Dios y partícipes de su naturaleza divina, nacemos también espiritualmente de María y del Espíritu Santo. María no sólo es Madre de Dios; también en su plenitud de dones y de gracia es Madre nuestra. En la Iglesia de la divina plenitud nada falta. No somos huérfanos. Tenemos a Dios como Padre y a María como Madre. ¡Ya desde ahora poseemos la plenitud de las bendiciones de Dios!
"No viváis vacíos de Dios, pues tenéis a mano la plenitud de su vida de hijos. Como Madre del Hijo de Dios, quiero ayudaros y protegeros con mi amor y mi solicitud materna". Gracias, Santa María, Madre de Dios y Reina de la paz; ruega por nosotros, pecadores, para que vivamos la plenitud que tu Hijo nos trae, ahora que nos acercamos a la coronación de los tiempos. Amén.
Págs. 13 y 14 "El Pan de la Palabra dánosle hoy" Ciclo B
p. Ceferino Santos
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