MARTES 31: MI ALMA CANTA LA GRANDEZA DEL SEÑOR
(Lc 1,39-46)
Por: Nubia Celis
(Lc 1,39-46)
Por: Nubia Celis
En este día la Iglesia celebra la fiesta de la Visitación de la Santísima Virgen María, nuestra Madre. Apenas el ángel le había anunciado que sería la Madre de Jesús, y que su prima Isabel se encontraba también en cinta, salió presurosa hacia las montañas para visitarla. El evangelio de hoy nos invita a fijar nuestra mirada en María ¡Nuestra dulce y buena Madre! ¿Qué hijo se cansa de contemplar el rostro de su madre? ¿No es su regazo la mejor cuna y el abrazo más cálido y cariñoso?
Qué afortunados somos al tener a María como Madre, Maestra y Compañera de camino. Ella nos enseña a acoger el proyecto de Dios (su voluntad) como el tesoro más grande y valioso. Las palabras del ángel no eran cualquier cosa, su anuncio era desorbitado y poco creíble ¿cómo podría Dios escoger a una muchacha como ella? ¿Y qué sería de su compromiso con José, cómo verían su embarazo siendo que aun no estaban casados? Los planes de Dios nos desbordan y ponen a prueba nuestra fe. María no dudó ni un solo momento: si Dios lo quería, todo sucedería tal y como él lo había dicho pues para él ninguna cosa era imposible.
María nos dice hoy: “Ponte en camino, sal de tu tierra, deja tus cálculos, tu desconfianza y lánzate vivir lo que Dios te pide. Aunque te parezca difícil e imposible de lograr, aunque sientas que estás solo/a en la lucha, aunque tengas que esperar y callar, aunque todo parezca en vano… apresura tu paso, no te detengas. La fe es una ruta que debemos caminar aun cuando las cosas no se ven con claridad; no esperes a que todo vaya bien o a tener un mapa que te indique cómo y dónde.
La gracia te acompaña y eso significa que Dios no te dejará nunca. Yo guardé en mi corazón cada una de sus promesas apoyándome en ellas en esos momentos de mayor oscuridad: cuando tuvimos que huir a Egipto, cuando Jesús se perdió entre la gente de la caravana, cuando lo vi atado y azotado. La fe es la puerta que te llevará siempre a la resurrección.
Años atrás visité a mi prima Isabel, la que era estéril y que estaba a punto de tener un hijo; hoy es a ti a quien visito, aquí en tu casa, en medio de tus afanes y trabajos. Vengo para traerte mi paz, mi consuelo y mi abrazo de Madre, vengo para decirte que puedes fiarte de los planes y las promesas de Dios. No importa qué tan grande o chica sea tu fe, o qué tan fiel hayas sido ¡él levanta de la basura al pobre para sentarlo entre príncipes, su amor y su misericordia duran para siempre!
Proclama conmigo su grandeza y alégrate porque él ha estado y estará grande contigo. Entona junto a mí este canto de gratitud y date cuenta que mi fiesta es también la tuya. Juntos/as hemos sido elegidos/as y amados/as por el Rey de Reyes; él actúa en nuestra pobreza y se goza en nuestra riqueza. Te invito a que escribas y cantes tu propio “Magnificat” ¿qué quieres agradecer? ¿Cómo se ha manifestado el amor de Dios en tu vida? Así yo también te diré: !Feliz tú porque has creído!”
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