FRUTOS DEL ESPÍRITU
Cuando el Espíritu de Dios viene a nosotros,
produce frutos espirituales agradables y maduros. Incluso en los momentos
difíciles, no están ausentes estos frutos. Cuando Cristo deja a sus discípulos
para ir a la Pasión, les desea frutos de amor y de alegría, en vez de la
tristeza natural de la separación: "Si me amarais, os alegraríais de que vaya al
Padre" (Jn 14,28). Los frutos del amor y la alegría del Espíritu van siempre
juntos.
Cuando está presente el Espíritu de Dios, la paz
fructifica en la persecución, la esperanza del Reino en medio de las
tribulaciones, la fortaleza del Espíritu ante la llegada de la cruz. Pablo y
Bernabé son perseguidos por el evangelio (Hch 14,19); María sufre junto a la
cruz de su Hijo; pero no pierden la paz, fruto del Espíritu. Es Dios quien nos
da una paz que el mundo no nos puede dar. "La paz os dejo, mi paz os doy" (Jn
14,27).
Gracias al Espíritu Santo, crece la magnanimidad
en los perseguidos (Hch 14,22), y crecen en la Iglesia la unidad y el amor (Ga
5,22). El Espíritu de Dios nos lleva a dar testimonio de Cristo vivo y
resucitado, que se convierte en nuestra alegría y nuestro gozo (Ga 5,22). El
Espíritu Santo nos hace madurar con su amor, en medio de las dificultades de la
vida; por eso, podemos dar en nosotros los frutos maduros del Espíritu, que
alimentan a los hambrientos de verdad y de vida eterna.
"Señor, ayúdanos a crecer en madurez espiritual,
en paciencia, en fidelidad, en fortaleza, en gozo y en paz. Amén".
Meditaciones del P. Ceferino Santos, SJ.
“El Pan de la Palabra... dánosle hoy” Ciclo C
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