domingo, 27 de marzo de 2016

MEDITACIÓN P.CEFERINO SANTOS DOMINGO DE RESURRECCIÓN

ESTÁ VIVO PARA SIEMPRE
En el Evangelio de la Vigilia Pascual unos ángeles preguntaban a las mujeres que habían acudido junto al sepulcro de Cristo: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?" (Lc 24,5). Hoy es día de buscar al que vive para siempre. Y podrían añadirse otros consejos, como los que se encuentran en la palabra de Dios para la Misa del día de Pascua:
"Buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, vivo a la derecha de Dios" (Col 3,1). Buscad la vida de arriba, que nunca muere y desciende hasta vosotros del seno de Cristo, el resucitado.
"Buscad a Cristo, vida nuestra" (Col 3,4), para que huyendo de la muerte del pecado comencéis a aparecer, juntamente con Él, en gloria. Buscad al que está vivo para siempre y "ha sido nombrado por Dios juez de vivos y muertos" (Hch 10,42).
Hoy no es día para buscar a Cristo muerto. Ya no está en su sepulcro. "No se lo han llevado" (Jn 20,2) ni han robado su cuerpo como dijeron los judíos. Unos ladrones no pierden tiempo en desatar las vendas y en plegar sudarios y lienzos, enrollados en un sitio aparte (Jn 20,6-7). (El que roba no se para a ordenar las cosas que abandona y que desprecia). Busquemos, pues, a Jesús, resucitado de entre los muertos (Jn 20,9) y vencedor de la muerte.
Busquemos al que está vivo y que se hizo ver de muchos discípulos, "que comieron y bebieron con él después de su resurrección" (Hch 10,41). Es verdad que Cristo resucitado no necesitaba ya comer ni beber, pero lo necesitaban sus discípulos para que pudieran testimoniar la realidad tangible de su cuerpo resucitado y glorioso. Porque el cuerpo de Cristo resucitado parecía otro, un cuerpo espiritualizado, reconocible sólo a los ojos de la fe, dotado de nuevas y maravillosos propiedades como la agilidad y la sutileza con las que atravesaba los muros y las puertas cerradas y se convertía en vida interior de los que creían en Él.
Digamos, pues, desde la fe: ¡Vive Jesús, el Señor! ¡Él vive; Él vive! ¡Vive Jesús, el Señor! Él vive en el seno del Padre para siempre; vive en silencio misterioso de la Eucaristía. Quiere vivir, resucitado y glorioso, en nuestros corazones por la fe y por el amor. Quiere vivir en nosotros como en el corazón de aquel discípulo de Cristo, que al asomarse a su sepulcro vacío: "Vio y creyó" (Jn 20,8). ¡Que así sea: Amén!

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