LA ACCIÓN DEL
PADRE
Es maravillosa, adorable,
potente, sapientísima, bienhechora y eterna la acción paternal de Dios. La
descubrimos, por ejemplo, en el profeta Isaías: "En el día de la salvación te he
auxiliado; te he defendido, te he construido alianza del pueblo para restaurar
el país" (Is 49,8).
Pero, a veces, su acción
resulta misteriosa, enigmática y hasta incomprensible para nuestra ignorancia y
exclamamos con las palabras del profeta: "Me ha abandonado el Señor, mi dueño me
ha olvidado" (Is 49,14). Pero no es así: Dios ni olvida ni abandona y su acción
sigue siendo sabia y justa, aunque no lo comprenda.
La acción de Cristo se
identifica con la de su Padre. Cristo actúa como actúa el Padre: "Lo que hace el
Padre, eso mismo hace también el Hijo" (Jn 5,19). Si Cristo sana al paralítico,
también lo sana el Padre. Él resucita con su Padre a los muertos (Jn 5,21). Ni
el Padre abandona a Cristo, ni Cristo abandona al Padre.
Sin embargo, en la hora de la
prueba, en la Cruz, Cristo se pregunta, como nosotros, el porqué del aparente
abandono de parte del Padre: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?"
(Mc 15,34). Pero también en la muerte de Cristo está actuando la acción amorosa
del Padre; en la muerte de Cristo el Padre está a su lado, vive íntimamente la
muerte del Hijo y con ella nos redime. ¡Oh, muerte dichosa que nos vida para
siempre! Y nada de esto hubiera sido verdad sin la acción salvadora del Padre en
el Hijo.
Meditaciones del P. Ceferino Santos, SJ.
“El Pan de la Palabra... dánosle hoy” Ciclo C
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