CONOCERLO A ÉL
La ignorancia de Dios, práctica y pretendida,
degrada al hombre. Puede llegar a sucedernos lo que a los dos ancianos e
injustos jueces judíos de Babilonia, que "desviaron su corazón de Dios y bajaron
sus ojos para no mirar al cielo ni acordarse de su justo juicio" (Dn 13,9). Pero
por mucho que ignoremos a Dios, Él no desaparece. Con Cristo sucede lo mismo.
Pueden ignorarlo los hombres, pero él sigue vivo para siempre.
Cristo ante los judíos, que le rechazaban les
dijo: "No me conocéis a mí ni al Padre" (Jn 8,19). ¡Qué desgracia para el hombre
si no llega a conocer a Cristo y al Padre en su verdad profunda y sólo juzga por
apariencias! "Vosotros -les dice Cristo- juzgáis por lo exterior" (Jn 8,15) y,
por tanto, esos críticos se equivocan. Los hombres se encierran en sus redes
argumentativas e ignoran la vida eterna, que es "conocerte a Ti, Padre, y al que
enviaste: Jesucristo" (Jn 17,3). Ignoran al que es la Verdad que nos salva y
desvían sus caminos hacia la mentira y la maldad. En cambio, "Dios salva a los
que en él ponen su confianza" (Dn 13,60). Susana, falsamente acusada de
adulterio (Dn 13,37), esperó en Dios y no fue defraudada. El profeta Daniel, que
significa "Dios juzga", desenmascaró la mentira de los jueces, interrogándolos
por separado. "y aquel día se salvó una vida inocente" (Dn 13,62). (Mi alma
espera en el Señor; mi alma espera en su Palabra... porque en Él está la
salvación).
Buscamos conocer a Cristo desde el testimonio del
Padre (Jn 8,18) como Salvador universal de los que son acusados injustamente
como Susana de los enfermos y afligidos, de los pecadores que se arrepienten y
de los débiles y esclavizados que no encuentran auxilio. Te aceptamos, Jesús,
como la Verdad Suprema que nos hace libres. Queremos conocerte cada día más
profundamente en tu santa humanidad y en tu divinidad, en tu intimidad
misteriosa con el Padre. Amén.
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