PREGÓN DE SEMANA SANTA
Alza tu voz, tierra bendecida, aplaudan los árboles del bosque la llegada de su Creador, entonen los hijos de los hombres el Hosanna, y los prados alfombren la calzada para nuestro Dios, para Aquél que llega humilde y cabalgando sobre un borrico.
Olivares de Jerusalén, prestadnos vuestros ramos para rendir homenaje a quien se aproxima a dar su vida voluntariamente, a derramar su amor como aceite que cura, que unge, que perfuma, y consagra a todos los hijos de los hombres.
Jesús de Nazaret ha decidido venir a ti, ciudad santa, para cumplir un proyecto divino, manifestar la misericordia de Dios, y ofrecer a todos los hombres el testimonio de hacerse uno de tantos, para salvar a todos.
Huerto de Getsemaní, hoy eres testigo del paso de tu Señor. Muy pronto quedarás consagrado con el sudor y la sangre de quien sentirá el escalofrío de la mentira, la traición y el abandono; pero tú seguirás siendo fiel, e intentarás cubrir con tus sombras la intemperie más amarga del Nazareno.
Cómo quisiera tener la certeza de que no aplaudo hoy en falso, de que mi canto no es hueco cuando entono: “¡Bendito el que vine en el nombre del Señor!”
Falda del Monte de los Olivos, escabel del Monte sobre el que ascendió el Señor a lo más alto del cielo, rinde tu homenaje al Salvador y Mesías, no escondas alacranes ni víboras que envenenan y matan, como fueron el testimonio falso, la intriga y la violencia de los poderosos contra quien pasó haciendo el bien.
Pórtico de los días santos, de la Semana Mayor, del Misterio Pascual, Domingo de Ramos, no hay tiempo que perder, todo se precipita, es urgente disponerse a los acontecimientos y estar prevenido, para no perecer por inadvertencia.
Señor Jesús, estos días te retiraste a Betania, volviste al recinto amigo, al lugar franco, donde te dejaste amar, ungir, besar, gestos que me gustaría que fueran los míos, pero me duele reconocerme en tus discípulos que se quedaron paralizados por el miedo, se durmieron en la hora terrible, y huyeron espantados por la presencia de los que te prendieron en medio del Huerto de los Olivos.
Que tu Pasión no sea inútil, que no me justifique en mi debilidad para no dejarme mirar por ti; que aunque sea de lejos, te siga, y que en algún momento tus ojos me devuelvan la seguridad de que es mejor volver, comenzar de nuevo, que rendirse.
Señor, acepta mi deseo, un tanto avergonzado, porque tantas otras veces te he expresado sentimientos nobles, como Pedro, y como él, también he perecido negándote. Que los ramos del olivar te aplaudan, te consuelen, te rindan homenaje, y a mi concédeme siempre tu mirada, la que te pido que extiendas sobre todos los humanos.
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!
Ángel Moreno
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